Toda política vive de
gregarismo festivo y de celebraciones comunitarias, del recurso a la seducción
más que a la deducción, a la mentira y la hipocresía más que al análisis y la
reflexión.
Michel Onfray
En toda época, los
hombres que sirven para encarnar lo político no se han resistido demasiado a las
tentaciones de la mentira. Basta un mínimo de voluntad para evidenciarlo. No es
extraño que un oficio como el del gobernante, local o nacional, se asocie, por
norma general, con la falsedad. Al reflexionar sobre problemas en el sistema
republicano, Hannah Arendt reconoce la validez de tal conclusión, aunque
dejando todavía sitio para quienes se ilusionan con otra realidad. Porque,
siendo sensatos, cabe admitir la existencia de salvedades. Con todo, lo cierto
es que, impulsados por el anhelo de conquistar el poder, incluso hasta agotar
los días mientras se lo hace, muchos individuos desprecian la verdad. La buena
noticia es que, sin cálculos infames, hay aún gente con deseos de revelar esa
detestable condición.
Nunca encontré que los discursos y acciones del Movimiento Al Socialismo
sean dignos del apoyo. Liberal empedernido, como Hayek, Aron o Popper, mis
convicciones sustentan una posición que no puede sino censurar a esa
organización. Sin embargo, existen personas que apostaron por una verdadera
transformación de Bolivia, un suceso en el cual Morales Ayma y sus
correligionarios debían ser importantes, aunque no únicos protagonistas. Pasa
que su remanido “proceso de cambio” no
es una frase compuesta con objetivos exclusivamente demagógicos. Estamos ante
un concepto que, aun cuando nos resulte discutible, ha engendrado genuinas
adhesiones por parte de sujetos resueltos a luchar y trabajar para su
materialización. Ellos son quienes, con plena razón, podrían constituirse en
los juzgadores ideológicos del régimen, identificando incoherencias, destacando
desviaciones, denunciando traiciones.
Huáscar Salazar Lohman, un intelectual comprometido con las luchas
comunitarias, ha escrito una obra que muestra cómo el MAS pierde legitimidad
entre quienes posibilitaron su encumbramiento palaciego. El título del libro es
una frase de Nilda Rojas que resume su indignación: “Se han adueñado del
proceso de lucha”. No es una sindicación contra la derecha o el centro; se
constituye en un juicio desencadenado por las profundas decepciones del
régimen. Es que, pese a las batallas libradas en su favor, indígenas,
originarios y campesinos fueron paulatinamente relegados. Sin duda, durante su
ascenso al poder estatal, nociones como la de autodeterminación y el derecho a
la tierra, dos puntos capitales en ese ideario subversivo, poblaron sus
discursos. No obstante, una vez que los principales sectores de la oposición optaron
por la transacción, favoreciendo su hegemonía, el Gobierno prefirió una mezcla
de traición con un vulgar oportunismo.
Si el pasado boliviano se revisara según la línea expuesta por Salazar,
pocas cosas serían tan razonables como las críticas al partido gobernante. Sin
titubeos que los inquietaran, como pasa cuando hay hipocresía, sus militantes
olvidaron horizontes ideológicos, cruzadas con propósitos elevados –pues se
reivindicaba otro proyecto de convivencia–, y se limitaron a procurar la subordinación
en favor del régimen. Para conseguirlo, ni siquiera dudaron en crear entidades
paralelas, premiando a sus secuaces, mas también castigando, con la cárcel o
despiadadas represiones, al movimiento que osara una fidedigna transformación
del Estado. El fin era apropiarse de una causa legítima, pero solamente en lo
retórico, porque, sintetizándolo, ya sus auténticas creencias son bastante
groseras, versando sobre cómo dominarnos hasta la extenuación.
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