Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a
decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso
público de la propia razón en todos los
terrenos.
Immanuel Kant
Cuando Sartre leyó acerca
de Husserl por primera vez, exclamó: “¡Ah, pero si éste ha encontrado ya todas
mis ideas!”. Tal era la coincidencia con ese individuo que, gracias a la fenomenología,
influiría en numerosos semejantes. Esto no significa que haya habido un mero
intento de repetir sus postulados; quien conozca la historia del pensamiento
filosófico, así sea sintéticamente, sabe cuánto valor tuvieron ambos mortales.
Lo grato, además de llamativo, es que se produjera ese acontecimiento. Porque
no es común que, en cualquiera de las lecturas cotidianas, nos topemos con
razonamientos similares o idénticos a los nuestros. Podemos disentir luego con
el autor; empero, esa suerte de sintonía intelectual funda un aprecio que
perdura. En mi caso, una de esas experiencias se dio con Juan José Sebreli, un
hombre cuyas cavilaciones justifican todo debate.
Sebreli, admirable
autodidacta, ofrece distintas dimensiones de su ser: escritor, traductor, sociólogo,
historiador y filósofo. Desde la segunda mitad del siglo XX, reflexiona sobre
asuntos ligados a la cultura del país donde nació, Argentina, mas también asume
desafíos mayores, como el cuestionamiento de falacias, irracionalismos, alienaciones
e incluso experimentos demagógicos. Acentúo que, aunque declarado liberal de
izquierda, como lo era Norberto Bobbio, sus críticas fastidian especialmente a predicadores
del socialismo, quienes, en los últimos tiempos, prefieren el insulto al debate
basado en el pensamiento moderno, aquél del cual el propio Marx se creía
tributario.
En esta época que gusta del
disparate de apariencia filosófica, bastante nocivo para la política, nuestro
autor es una meritoria y provechosa excepción. Con su libro El asedio a la modernidad, publicado en
1991, consumó una misión tan ardua cuanto necesaria: defender el proyecto de la
Ilustración. Hace allí una crítica del relativismo cultural que muestra las
miserias del indigenismo, nacionalismo, tercermundismo y, entre otros absurdos,
el ataque al progreso. Se precisa que, al formular sus refutaciones, no desnuda
un fundamentalismo de carácter moderno, pues, como pasa con Habermas, a quien
suele citar, tiene asimismo observaciones sobre lo sucedido con ideas centrales
de Occidente. No obstante, ninguna de sus objeciones sirve para respaldar a los
que ansían el imperio del posmodernismo, es decir, el abandono del desafío a razonar
por uno mismo, reto que se consagró merced a los enciclopedistas.
Si bien el tema de la
revolución ha sido considerado en un volumen del año 1994, titulado El vacilar de las cosas, evidenciando
una singular predilección por su análisis, cabe subrayar otra cuestión que analiza
Sebreli, el populismo. Es que, en varias obras y textos difundidos por diversos
medios, queda claro su desacuerdo con esa patología que, lastimosamente, tiene
todavía presencia entre nosotros. Por cierto, en su lucha contra las patrañas
de los demagogos, sean éstos intelectuales o analfabetos, no ha conocido la
cobardía. Afirmo esto último porque, en 2008, con su título Comediantes y mártires, llevó a cabo una
verdadera demolición de cuatro de las figuras más cautivadoras, desde una
perspectiva popular, en su país: Eva Duarte de Perón, Gardel, Maradona y, por
supuesto, Ernesto Guevara. Resalto que, al destruir esos mitos, cuestiona la
vigencia de creencias colectivas, las cuales, en diferentes partes del mundo, no
generan sino desgracias y retrocesos. Nada tan saludable como conocer de sus
ideas para nutrir nuestras discusiones.
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