Mi vida ha sido de un estilo
no solo periclitado sino ya casi incomprensible, porque sus acontecimientos
mayores no fueron revoluciones o amoríos sino el hallazgo de ciertos libros y
el descubrimiento de unos cuantos autores.
Fernando
Savater
En sus memorias, tituladas Mis años de aprendizaje, Hans-Georg
Gadamer escribe sobre personas a quienes trató cuando era universitario y con
las que reconoce cierta influencia. Además de resumir idearios, él aprovecha la
ocasión para recordar algunas particularidades que tuvieron Martin Heidegger,
Gerhard Krüger, Karl Löwith, entre otros mortales. Con cada uno, hallamos
razones para no despreciar sus obras, pues, aun cuando admitieran críticas,
contribuirían a nuestro crecimiento. No obstante, subrayo la evocación de un
profesor que enseñaba en Heidelberg. Me refiero a un intelectual que,
semanalmente, visitaba la librería Koester para conocer novedades. Tenía en el
lugar hasta un asiento que lo aguardaba; tras situarse allí, las horas pasaban
mientras agotaba una verdadera montaña de libros. Yo he pensado en este
notabilísimo lector, mi estimado Karl Jaspers, cuando tuve la fortuna de
revisar, durante varios días, la biblioteca del filósofo Manfredo Kempff
Mercado. Es tan grande y genuina la dicha causada por su conocimiento que no
puedo sino hablar al respecto. Anuncio que usaré esta oportunidad para
reflexionar, así sea con brevedad, acerca de sus autores predilectos.
Tal
como lo ha expresado Marcelino Pérez Fernández, José Ortega y Gasset fue un
filósofo que influyó en las ideas de don Manfredo. El apego a este razonador se
nota en los libros que componen su biblioteca. Muchos de los títulos que escribió
el autor de La rebelión de las masas
fueron analizados por nuestro pensador. El raciovitalismo, esa propuesta
filosófica que, según José Ferrater Mora, Ortega hizo en la tercera y última
etapa de su pensamiento, ha dejado huella en el de Kempff Mercado. Esto mismo sucedió
con diferentes filósofos en Hispanoamérica. La presencia en Argentina del amigo
de Julián Marías, cuyos textos se hallan presentes en el acervo que comento,
sirvió para consolidar lazos de afecto y meditación. Destaco que otros
españoles, como Manuel García Morente y Juan David García Bacca, merecieron
asimismo su consideración. Por supuesto, como pasa en estos casos
excepcionales, no es la única persona que recibió un trato privilegiado.
La predilección
por Max Scheler se advierte con facilidad. Manfredo Kempff Mercado ponderaba
diversos juicios que vertió ese meritorio teórico de los valores; empero,
encontraba motivos para cuestionarlo. Al margen de ello, el lector conservó
diversos títulos, resguardándolos de los sinsabores y comprensibles pérdidas
del exilio. Si bien hay distintos libros, uno se siente más que complacido al
encontrar los dos tomos de Ética,
editados gracias a la Revista de
Occidente, esa magnífica empresa intelectual. A propósito, como se esperaba
en un pensador que no era nihilista, menos aún indiferente frente a los males
del mundo, esa rama de la filosofía cuenta con diversos volúmenes en la
biblioteca. Moore, Baruch Spinoza y López Aranguren son tres de los autores que
tienen allí su espacio; con seguridad, leerlos generó numerosas e importantes
meditaciones. Es razonable que un hombre tan íntegro como él no hubiese
prescindido de las reflexiones morales ni, peor todavía, evitado actuar conforme
a tales deliberaciones. Estimo que sus cuantiosos escritos de Jean-Paul Sartre
son también idóneos para revelar esa inclinación.
Quien habló también de la ética y ganó su
atención fue Risieri Frondizi. En este caso, el lector tuvo la dicha de ser
amigo del autor, alguien a quien apreciaba con franqueza. Preocupado por las
ideas en Iberoamérica, al igual que comprometido con la realidad política, ese maestro
produjo textos que nos incitan a filosofar, pero desde una perspectiva
regional. Resalto que, como ha opinado Kempff Mercado, ello no implicaba el
aliento de patrioterías, exotiqueces y otras tonterías que han sido elaboradas
para atacar a la civilización occidental. Obviamente, habiendo alcanzado en
vida renombre internacional, no tuvo sólo ese lazo de relevancia. Esto se
refleja en las dedicatorias que le regalaron Guillermo Francovich, Augusto
Pescador y Francisco Romero, por citar algunos ejemplos. En cuanto a Romero, creador
de diversas obras que fueron consumidas por nuestro filósofo, cabe señalar la
estrechez del vínculo. La correspondencia entre ambos es una prueba categórica
de que, cuando existen coincidencias intelectuales, aunque no sean plenas, las
amistades ganan esplendor. Un motivo adicional para conocer ese legado que, por
decisión de los familiares, ya se ofrece a quienes gustan del pensamiento en Santa
Cruz.
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