…el mundo no sabrá
decidir si sois un apóstata o un impostor; si habéis abandonado los buenos
principios, o si los habéis tenido alguna vez.
Thomas
Paine
En una entrevista
reciente, Rubén Armando Costas Aguilera, mortal que no duda cuando llega el
momento de contravenir ideas, valores o principios del sector
antigubernamental, se manifestó sobre distintos temas. Enemigo de cualquier
autocrítica, sostuvo que quienes lo atacaban estaban ligados a grupos de poder.
De acuerdo con su declaración, para no perder privilegios, estas facciones
formularon cuestionamientos respecto a los hechos que lo tuvieron como protagonista.
Ésos serían los embates más importantes que, hasta el momento, habría percibido.
Asimismo, utilizando un estilo patético, optó por denunciar su carácter
interno. Conforme a esta línea, resultaría inadmisible que, siendo cruceño, alguien
osara reprobar su conducta. Revelando un apego por el pensamiento único, se
plantea que la totalidad de los ciudadanos deberían solamente alabarlo. Si esto
no se cumpliera, quedaría en evidencia una supuesta confabulación de la
oligarquía. Como se habrá notado, ese individuo no teme usar el recurso de
dividir a los demás semejantes en cortesanos y demonios. No existen diferencias
esenciales con el bando que tiraniza Bolivia.
Distante
de gremio, camarilla o partido alguno, yo pienso que hay razones para criticar
su proceder. Por ética, estando convencido de aquello, corresponde hablar sin
tibiezas. Lo hago en mi condición de liberal, respetando esa doctrina que no
admite dictaduras ni experimentos como aquéllos encabezados por quienes aprecian el sometimiento. En esta ideología, las concesiones que fortalecen un régimen
tan demagógico cuanto despótico, además de inepto, no encuentran respaldo. Pasa
que, cuando el patrocinio de los derechos fundamentales es genuino, toda
suavidad con el autócrata debe reputarse inaceptable. El rigor es una
consecuencia del carácter auténtico de las convicciones que originan esta
postura. Lógicamente, si, como en el caso del político de marras, uno ignora
qué significa ser coherente, quizá lo menos improbable sea incurrir en
contradicciones. De este modo, sin ninguna vergüenza, se podrá
vindicar el socialismo, destructor de nuestra libertad, pero repudiar la vía
elegida por los mentecatos del Gobierno. Subrayo que, en distintas
ocasiones, ese sujeto exteriorizó su rechazo a la derecha; por ende,
alineado al otro movimiento, su alternativa es apenas una moderación del mal
presente. Este absurdo ha llegado hasta engendrar un partido.
Es
bueno advertir que, nuevamente, se pretende usar el pretexto de la unidad para
encumbrar a seres aborrecibles. Es el discurso que, sin mayores argumentos,
emplean los correligionarios de Costas para desacreditar a quien no apoye su aventura. Se presentan como la nueva opción; empero, su ideario es sólo una
retahíla de lugares comunes, todos penetrados por el progresismo. Cobijados en
una difusa socialdemocracia, muchos de sus integrantes se sitúan entre la
insensatez y el oportunismo, pues no predominan allí los afanes intelectuales.
Lo que no se niega son las ansias de aumentar su poder. Los años al frente de
la burocracia departamental han servido, como suele suceder, para descubrir el
gusto por esa enfermedad llamada empleomanía. Porque, si hubiera franqueza,
varios de sus seguidores deberían reconocer que un cargo asegura la lealtad. En
diversas oportunidades, ha quedado claro que la conservación del puesto de
trabajo se sobrepone a su integridad. El tiempo les regaló incontables motivos
para renunciar por las capitulaciones de su líder; no obstante, la regla fue
defender desvaríos, ya que ello impedía perder los honorarios. Esta misma
inclinación es la que quiere tener ahora escala nacional.
La
ruta que nos dirigió al abismo ha sido señalada por el aspirante a caudillo.
Reconozco que otras personas lo ayudaron a consumar esa decadencia. Será
siempre incorrecto divinizar individuos; aunque Thomas Carlyle lo haya expresado
con vehemencia, la historia universal no es una biografía de los grandes
hombres. Esto nos fija el deber de identificar a numerosos responsables,
descartando las exoneraciones que alegan subordinación. Pese a eso, el
protagonismo que tuvo lo deja con las peores cargas. Nadie tiene la obligación
de asumir el liderazgo del bloque que se opone al autoritarismo; sin embargo,
cuando es aceptada, las traiciones deben provocar una sanción suprema. Por
lo menos, esta clase de penalidades tiene que reflejarse en los comicios.
Consiguientemente, los ciudadanos que no se han dejado seducir por sus
embustes, tienen el mandato de evitar su permanencia en el ámbito público. El
pasado fue pródigo en disparates electorales; mientras haya vida, toca que nos
resistamos al triunfo de payasos, necios e impostores. No es convincente cambiar
una dictadura por un proyecto que simula detestarla. Merecemos un panorama
menos repulsivo.
Nota fotográfica.
La imagen, inequívocamente demagógica, fue tomada del diario La Patria.
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