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Cuando esta brutalidad se acabe




Si hemos fracasado en el primer intento de crear un mundo de hombres libres, tenemos que intentarlo de nuevo.
Friedrich A. Hayek

La creencia de que nadie puede contrarrestar los abusos de las autoridades, aun cuando éstas cuenten sólo con poder local, es falsa. Jamás dejará de haber individuos a quienes no les atemorice desafiar al gobernante, intentar su derrocamiento. Ideas modernas hicieron posible que la situación de un vasallo se considere indigna; por consiguiente, el sometimiento acrítico a los dictados del semejante es tan retrógrado cuanto inaceptable. No interesa que, recurriendo a los fondos públicos, se compren complicidades y silencios vergonzosos. Sé que suena inverosímil, pero viven todavía muchas personas dispuestas a no pactar con la inmoralidad. La presencia de estos seres, cuyo espíritu no conoce el defecto del desdén, es un capital que cualquier ciudadano debe apreciar. Los reclamos que realicen son fundamentales, necesarios, vitales para sustentar nuestra esperanza de salir del pantano. Conseguir la gloria es aún viable.
Aunque un imbécil de barba y acento cubano pretenda demostrar lo contrario, ningún poder es perpetuo. Encuentro inútil contratar sacerdotes paganos que divinicen al caudillo, escriban himnos sin cordura o lo coronen en lugares sacrosantos, pues su fin resulta inevitable. La muerte no admite ninguna discriminación, por lo que hasta el autócrata más prodigioso deberá dejar de respirar para siempre. Cuando esto pase, los partidarios del difunto estarán condenados a sufrir las consecuencias de una orfandad que los volverá miserables. Ésta es la solución biológica que libró a los españoles de Francisco Franco; obviamente, un suceso similar puede resucitar la democracia en Venezuela. Es también posible que el hastío de los gobernados termine con la infamia. En este caso, la salud del tirano es irrelevante, ya que toda su estructura gubernamental sería liquidada.
Es indistinto que, como ocurrió en diversas oportunidades, las urnas hubiesen permitido el acceso al puesto desde donde se consuman las arbitrariedades. La democracia es una invención deficiente, pero imprescindible para tener un cambio civilizado de los gobernantes. El problema se presenta cuando, una vez obtenida la victoria electoral, se relegan las normas republicanas y, con desfachatez, son vulnerados los derechos individuales. Llegar a un estado de esta naturaleza prueba cuán severo es el presente. Así, el ambiente se torna inhóspito para los sujetos que gustan de los sitios donde su libre desenvolvimiento está garantizado. Mas no cabe hablar de ningún exilio. Debemos quedarnos en el terreno del oprobio, puesto que, al triunfar sobre ese mal, exigiremos allí mismo la declaratoria de inocencia. Tengamos la certeza de que no hay aquí nada imposible.
Si nuestra memoria tiene alguna utilidad en política, ésta será recordar a los que intentaron acabar con las distintas expresiones de la libertad. Han cometido atrocidades que un biógrafo del horror debería registrar. Reconozco que la pasada centuria fue perversa; el colectivismo llenó este mundo de matanzas. El punto es que, durante los últimos años, se consumaron ofensas del mismo tipo. Por eso, derrotado el Gobierno, llegará la hora en que sus agentes sean castigados. No habrá entonces la posibilidad de apelar a las fuerzas del Estado para fulminar críticas. Probablemente, la corrupción en el órgano judicial continúe siendo intensa; empero, nos consolará que ellos sean las víctimas del atropello. Vendrá luego la tarea de reconstruir una obra que, contrariando los deseos del malogrado régimen, facilite nuestro bienestar.

Nota pictórica. La venganza de Herodías pertenece a Juan de Flandes (1465-1519).

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