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Los agentes del terror





los cuervos piden al cielo que tú vuelvas del infierno,
pues tu muerte no ha sido suficiente.

Pedro Shimose
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El totalitarismo es un monstruo de varios rostros. Los historiadores hablan de hombres que, gracias a su ingenio, apetito y brutalidad, encabezaron gobiernos indiscutiblemente atroces. La existencia de individuos que se han apoderado del trono para no compartirlo con los demás, salvo lapsos extraordinarios, es un hecho bastante conocido. Pero, aun cuando esos caudillos se conviertan en el principal símbolo del régimen, por lo cual las responsabilidades son mayores, su ejercicio del poder dista mucho de ser solitario. Para consumar abominaciones, el líder necesita de vasallos que lo ayuden, seres dispuestos a liquidar enemigos e inmolarse en pro del proyecto político. Éstos son los peones que, obedeciendo lo dispuesto por su adalid, hacen funcionar una maquinaria despiadada. Es comprensible que su presencia provoque indigestión.
A fin de colaborar con un tirano, lo primero que se precisa es mentir. La realidad tiene que ser deformada para estar de acuerdo con las nociones del jefe. Asimismo, se torna forzoso perder valentía intelectual. No se puede criticar la obra que, según versiones oficialistas, él ha edificado para beneficiar al país en su conjunto. Por ello, si se quiere continuar disfrutando del fisco, la franqueza debe considerarse un defecto indeseable. Se está obligado a creer las declaraciones de dicho mortal; por consiguiente, los contradictores desaparecen, pues éstos podrían revelar verdades que no le complacieran. Siguiendo esta lógica, uno de los mandatos cardinales es preparar una imagen que sea decente a nivel internacional. Pocos ambicionan asumir su condición de dictadores; les agrada escuchar mentiras que destacan cualidades mentales, físicas y democráticas. No es accidental que las propagandas sean concebidas frenéticamente en estos tiempos de tinieblas.
Cuando un gabinete logra ser tomado por sujetos que gustan del conflicto, los buitres no pueden sino celebrar la llegada de futuros festines. Se vislumbran nuevas masacres. El matonismo es un recurso que denota desprecio al prójimo, mas se vuelve vital para estas personas. Lo único que se acepta es el sometimiento del pleno de la ciudadanía. Esto se garantizaría con agresiones que, sin vacilar, son aceptadas a sugerencia del secuaz. Hay muchos de ellos que anhelan manchar sus garras, pezuñas y fauces con restos de opositores. No es raro que, ejecutadas por instituciones encargadas del orden público, las salvajadas se reproduzcan en demasía. Olviden la búsqueda de acuerdos que solucionen pacíficamente un problema. Puede haber una simulación que persiga mantener cierto crédito en el extranjero. La verdad es que se ansía responder cualquier cuestionamiento con fuego.
Aunque haya lealtades que parezcan perrunas, la traición es un riesgo permanente para los déspotas. Pueden tener validos, súbditos a los que confiarían algunos secretos bancarios e íntimos; no obstante, entre ellos, el común denominador es la vulnerabilidad. Ninguno de los lacayos es indispensable. No se asegura el puesto merced al conocimiento de negocios ilícitos ni, menos aún, por efecto del tráfico sexual. El mundo está lleno de infelices que podrían suceder a quien tenía esas bondades. Lo elemental es que recordemos a cada uno de los auxiliares. Dado que la vena totalitaria es perceptible desde un comienzo, nadie debería salvarse del juicio impulsado para sancionar sus abusos. Es irrelevante cuánto tiempo duran en sus funciones; el hecho de prestar juramento ante un autócrata los condena para siempre.

Nota pictórica. Masacre en Corea es una obra que Picasso finalizó en 1951.

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