La genuina filosofía debe alumbrar, no abrumar; iluminar, no oscurecer; ayudar a vivir una vida agradable, no preparar para una jubilación ociosa, ni mucho menos para la muerte.
Mario Bunge
Habiendo innúmeras actividades que no exigen ningún esfuerzo para hacernos partícipes de sus beneficios, el razonamiento se ha convertido en una excentricidad. Infiero que la pereza es una de las causas del mal. Es que pensar no suele ser tarea sencilla; por el contrario, aunque nos concedan estupendos provechos, las dificultades de su ejecución son, con asiduidad, invitaciones a la renuncia. El problema se agrava cuando, como pasa hoy, la mediocridad impera entre los hombres. Porque no existe nada más cómodo que abandonar la pretensión de tener ideas propias, desistir del trabajo fundado en nuestra naturaleza. En este sentido, lo que se recomienda es dejar las faenas complejas y azarosas, sobreponiendo el gusto por las frivolidades a cualquier otro placer, aun cuando éste no dure poco. Además, se aduce una inutilidad mayúscula del propósito, porque el lapso destinado al raciocinio no nos aseguraría encontrar contestaciones a la pregunta que ha logrado acongojarnos. Quieren inclinarnos, pues, con argumentos que enseñan la propensión de los demás semejantes. Talmente, no parece comprensible elegir una vía contraria, un destino que sea distinto del escogido por la mayoría; sin embargo, considero alabable esta resolución. Así no sea parte de la moda dominante, debemos reivindicar el ejercicio del intelecto. Hay que arriesgarse a incurrir en esta rebeldía. El empeño será recompensado de la mejor manera. Si no consiguiéramos ganar un espacio en el panteón de los egregios pensadores, habríamos intentado una empresa similar, por lo que su acometida continuaría siendo válida. No olvidemos que nuestra superioridad radica también en el uso de la razón; por consiguiente, conviene demostrar su vigencia.
La filosofía es el único camino que permite nuestra emancipación. Aclaro que, cuando pienso en este fin, excluyo las insurrecciones provocadas por caprichos y antojos, esos levantamientos privados del menor sustento, preponderantemente irracionales. Tengo la misma opinión respecto a todas aquellas exageraciones teñidas de melodrama que, sin reserva ni descanso, atiborran los tiempos modernos. Señalo esto porque, desde hace varias décadas, el desacato que puede ser tildado de infundado se ha vuelto un acto corriente. Si bien es meritorio que se acoja una posición subversiva, no debemos limitarnos a procurar este objetivo sin tener en cuenta su motivación. Recordemos que, hasta cuando consideramos innecesario dar explicaciones al prójimo, es nuestra conciencia la encargada de requerir esos esclarecimientos. Ninguna excusa es suficiente para eludir las reconvenciones del fuero interno; podemos embaucar al universo entero, mas no impedir el rigorismo que acompaña a todo animal crítico. Fundamentar las elecciones que uno realiza es un mandato indefectible, una obligación impuesta por el rechazo al absurdo. Convengamos en que aun una tontedad puede originar efectos análogos a los ocasionados por el convencimiento de un meditador mínimamente serio; empero, las desemejanzas son notables. En definitiva, lo primordial no es promover la insubordinación, sino crear los motivos que puedan ser esgrimidos con esa finalidad, para lo cual resulta preceptivo acudir a la disciplina fundada por los griegos, sublimada en el siglo XVIII y complicada merced al oscuro Heidegger. Allí es donde hallamos esa perspectiva que, mientras lo queramos, nos hará posible idear una exposición defendible del mundo, exponiendo los criterios engendrados por el deseo de darle sentido.
Lo más precioso que nos han podido legar los pensadores de Occidente es el apego a la libertad. Las diferentes etapas que los hombres atravesaron, desde cuando moraban en cavernas hasta ahora, dejan ver cómo se reforzó esa tendencia. Con justa razón, pese a los impugnadores que tuvo, erigir un escenario donde los mortales sean libres ha sido la meta capital. Son cuantiosas las conflagraciones que se libraron por esa causa; innúmeros, aquellos escritos elaborados para estimular su conquista. El paso de los siglos fue testigo del enfrentamiento que gira en torno a ese valor. Ciertamente, estamos ante un asunto que tiene suma importancia. Es indiscutible que la condición de un esclavo, mental o físico, se nos presenta como el peor estadio, pues logra degradar a un nivel en el cual los principales atributos quedan pulverizados. Puede prescindirse de algunas prerrogativas, mas no actuar conforme a nuestra voluntad es inconcebible. No creo que haya otro presupuesto con su autoridad. Lo afirmo porque no imagino un modo distinto de reflexionar sobre cualesquier temas que tengan relevancia en nuestro existir. En virtud de esa facultad, los individuos cuestionaron planteamientos que no tenían crédito real, desnudando su incoherencia, indicando un trayecto hacia la verdad: nos regalaron el mayor obsequio. Desde luego, ésta es una tesis que se propugna entretanto uno resista las mentecaterías, sea enemigo de los embustes y simplezas. Entre las personas que son adictas a esos trastornos, la soberanía del pensamiento les resultará insignificante. Advierto que, al margen del daño infligido al sujeto, este dictamen puede terminar afectando a los seres con parecer antitético, potenciales víctimas de su insensatez.
No podemos desconocer la participación que los filósofos tuvieron en las grandes transformaciones políticas, económicas y sociales. Esto no implica que, en relación con esos avatares, el destino del resto de la gente quede a su merced. Caer en la idolatría es un defecto que no admite conmiseración, indulgencia, redención, ni siquiera cuando se recurre a un alegato como ése; por tanto, encuentro inviable hablar de una calidad suprema. Esa imagen de un pensador que carga con la responsabilidad del progreso colectivo es desmedida. Lo que sí corresponde amparar es la feracidad de sus planteamientos, las posibilidades desencadenadas por quienes osaron lanzarlos, incluso contra viento y marea. Tengamos en cuenta que, sin una base teórica, ninguna revolución habría sido dable. No obstante, es sabido que, durante las diversas épocas, su influencia en los círculos del poder ha sido desigual. El privilegio que otorgaron a Platón de concretar sus planes políticos es una historia pocas veces repetida. En cualquier caso, las ganas de alzar la voz, pretendiendo guiar al que puede usar el cetro, se mantuvieron inalterables. Rendirse ante la instigación de pronunciarse sobre los asuntos públicos es una particularidad que, como sucede con todo ciudadano ilustrado, les pertenece. Pero la filosofía no es útil tan sólo para examinar las cuestiones macroscópicas; mostrando idéntica eficacia, sirve a fin de tratar temas que incumben al individuo. Vale la pena subrayar lo saludable de estas cavilaciones. Es indudable que, al estudiar esa clase de problemas, uno afronta su propia existencia, fondeándola para tomar decisiones u optimar la estancia en este fragmento del cosmos, lo cual no es una fruslería. Gracias a ello, vivir se hace una misión menos ardua.
Apunte artístico. El trabajo que ilustra mi escrito es la portada del libro Elementos de la filosofía de Newton (1738), publicado por Voltaire y Émilie du Châtelet.
Comentarios
creo que es de poca estima atribuirle al "pensar", "filosofar"; categorías de "utilidad", "esfuerzo", "trabajo"; que les son más propios a un vendedor o a un publicista, sea ambulante o político, que a quien se entrega por necesidad al pensamiento.
el esfuerzo, la utilidad y el trabajo, le son totalmente ajenos al genio y a la inteligencia. quedan entredichas esas cuestiones cuando en realidad el mejor "trabajo" intelectual surgen del mejor ocio.
pensar no tiene recompensa material.
sobre los argumentos escritos, podría sintetizar impresiones en un par de palabras con la seguida y propia autodeducción.
¿que el populacho sea librepensador?
"nuestra superioridad" (tiene todo de cierto goethe cuando dice que sólo los buenos hombres han sentido empatía por los animales.)
¿libertad con cómplices? [libertad: superar la culpa y la vergüenza individual.]
una persona consciente cualquiera que lee este articulo se pregunta, ¿el fin del articulo es argumentar la falta de filósofos o la falta de la utilidad que tiene la filosofía hoy en día? por que si el problema es el segundo, ¿para que hablamos del primero?
eso en el caso en que de verdad prestara mi atención en el argumento de tu artículo.
lo cierto es que, hay una enfermedad muy común hoy en día. que suele sucederle a toda clase personas, sean filosofos, panaderos, amas de casa, hippies, etc. tengo el valor de decir, que a todo el mundo en realidad;
se llama INSATISFACCIÓN.
que viene de la cuestión de no aceptarse a uno mismo y argumentar en contra de la otredad "insatisfactoriamente". yo lo llamo "sindrome de kafka".
ciertamente la filosofía no tiene importancia hoy en día, por que la filosofía como tal es sólo una palabra vacía.
la filosofía actual se llama materialismo, ciertamente y con ironía, marx y los franceses comparten la misma razón del mundo actual, -o debo decir, compartimos- lo hacen claro sin sus prejuicios particulares, superficiales.
hasta podemos decir que en esto, la historia fue "dialéctica".
y la filosofía es más del pueblo de lo que quisiéramos en realidad. ¡y ese sería un problema aceptable de considerar!
-cuando el individuo se supere, quizás los tiempos se "superen"-
""si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar." malraux
de lo que no me haya equivocado, no te hará mal. saludos.