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Santa Cruz y su apego a la civilización occidental

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En el contexto boliviano no se puede denominar a la tradición europeo-occidental como «oriental» pese a una cierta popularidad del mismo entre la población de los departamentos del Oriente boliviano, porque casi nadie se identificaría con el uso desacostumbrado de este término.

H.C.F. Mansilla

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A fines del siglo XIX, Mamerto Oyola Cuéllar escribió un ensayo que tenía como base de sus variadas críticas el gusto por Descartes. El trabajo, intitulado La razón universal, fue realzado por quienes se ocuparon de historiar el pensamiento boliviano, estudiar esas excentricidades del intelecto que algunas personas llevaron a cabo. En especial, destaco ese libro porque, pese a los problemas estilísticos que tiene, su autor propugnó ideas sin valerse de prejuicios provincianos o dogmas del peor tipo: con seriedad, cometió la osadía de impugnar a John Locke, David Hume, Immanuel Kant y Auguste Comte, además de atacar al socialismo, lo que será siempre venerable. Décadas después, mostrando una explicitud y preparación que ambicionaría cualquier meditador, Manfredo Kempff Mercado iniciaba sus aportes filosóficos, los cuales serían elogiados hasta en universidades extranjeras. Si bien este pensador no tuvo una vida larga, contó con el tiempo suficiente para escribir obras memorables, donde puede notarse la influencia de corrientes europeas, sobresaliendo su relación con planteamientos del ilustre José Ortega y Gasset. Evoco a los dos intelectuales porque, siendo ambos cruceños, su predilección por la filosofía vuelve posible hablar de una conexión, tanto individual como colectiva, con algo mayor: la civilización occidental. En suma, declaro que razonaré acerca del apego experimentado por la sociedad cruceña hacia Occidente.

Aunque confío en la perspicacia del lector, conviene aclarar que, cuando empleo la palabra occidente, no me refiero a la región altiplánica de Bolivia, sino al sistema político, económico y social compartido básicamente por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países subdesarrollados. Es cierto que tanto oriente como occidente son vocablos de índole geográfica; sin embargo, desde hace varias centurias, sirven también para distinguir a dos civilizaciones, cuyas concepciones suelen ser antagónicas. Procurando evitar malentendidos, es oportuno citar algunas creaciones de Occidente, como ser: filosofía, política, Derecho, economía, educación superior, ciencia, tecnología, Ilustración, globalización. Particularmente, considero determinante que el liberalismo haya surgido allí, haciéndonos posible conocer el individualismo, la democracia, el Estado de Derecho, la supremacía constitucional, el capitalismo, los derechos humanos, la tolerancia y el rechazo al dogmatismo. Siguiendo esta línea, no debe asombrar que, aun cuando la posmodernidad exija un relativismo cultural, yo defienda una jerarquía encabezada por la civilización occidental. Ésta no es una posición racista ni expansionista; sólo reconoce el valor que tienen las instituciones occidentales para nuestra convivencia. No todas las diversidades son positivas. Es posible tener diferentes opiniones en los campos culinario, erótico, artístico e incluso religioso -cuando el apasionamiento consigue moderarse-, ya que su vigencia no afecta gravemente el funcionamiento de la sociedad. Empero, la Historia nos enseña que, tras múltiples equivocaciones, las personas han logrado adoptar convenciones idóneas para su desarrollo, por lo cual éstas no deberían ser objeto de menosprecio; al contrario, aceptarlas como superiores es una postura tan sensata cuanto útil. Es más, la necesidad de apoyar tales productos de la cultura puede reputarse primaria, salvo que uno pretenda festejar los arcaísmos y el retroceso. Aunque suene políticamente incorrecto, pienso que la disyuntiva planteada por Sarmiento (civilización o barbarie) continúa siendo digna de análisis.

En su primer libro, volumen que aprecio mucho, Jorge Siles Salinas escribe: «No cabe desconocer, sin perjuicio de la más elemental verdad histórica, que Bolivia, como todas las naciones de América, forma parte, afortunadamente, de la cultura occidental». Recuerdo que, cuando reflexiona sobre la identidad mestiza, don Alcides Parejas emite un juicio similar en su obra Porque me importa. Como se sabe, la incorporación de los territorios americanos a Occidente fue hacedera, en su mayor parte, gracias al descubrimiento y las tareas posteriores que hizo España. No creo que la época colonial haya sido impecable, mas tampoco acepto la idealización del pasado precolombino. Opino que, acaso por el solo hecho de haber posibilitado esa adopción cultural, la conquista merece mi estima. Este suceso fue tan importante que hasta la Independencia, cuyo bicentenario celebran ruidosamente los actuales enemigos de nuestra civilización, fue nutrida por ideas del orbe occidental, es decir, aquél conocido merced a los españoles. Con todo, no se puede negar que, en este país, mientras algunos deciden ser tributarios de Occidente, otros ansían devastar esa creación. Así, encuentro plausible remarcar una tendencia occidentalista, situada principalmente en Santa Cruz, y otra inclinación opuesta, contraria a la modernidad, partidaria del mundo irracional, corporativo, religioso, despótico, colectivista, que tiene mayor amparo en las zonas altas de Bolivia.

Conjeturo que el desarrollo aquí alcanzado por las últimas generaciones de cruceños, hayan nacido o no en este suelo, es comprensible debido a esa emulación del paradigma occidental. Es que la modernización implica tomar para sí aspectos económicos, políticos y culturales a fin de consumar genuinos cambios sociales. Verbigracia, si consideramos el crecimiento del empresariado (aun cuando no pocos de sus integrantes se decanten todavía por el mercantilismo y encuentren digeribles las experiencias socialistas), podemos advertir un respaldo creciente a premisas relacionadas con el derecho a la propiedad privada, el mercado libre, la desconfianza hacia las empresas públicas, el apoyo a las inversiones extranjeras, etcétera. Tal poder económico, ensombrecido a veces por la sublimación de las regalías e impuestos petroleros, evidencia los beneficios que trae consigo esa mentalidad. Por otro lado, la bienvenida que reciben las novedades tecnológicas, así como los avances de la ciencia, tornan patente el apego antes descrito. Quizá baste contemplar los edificios de la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz para percibir el provecho del pensamiento moderno. Sin duda, se apostó por seguir el camino que marcaron los Estados más exitosos del planeta. Aunque el avance sea complejo, pues no hay leyes universales y de cumplimiento obligatorio que nos aseguren el acceso a ese nivel, la orientación es acertada. Defensor del individuo, apunto que hay excepciones a esta preferencia; no obstante, por suerte, esas creencias antitéticas son rechazadas en los principales sectores de la sociedad.

Con certeza, el rechazo al comportamiento antidemocrático es asimismo una señal de modernidad. Es conocido que las prácticas autoritarias no concuerdan con la libertad, valor central para quien quiere un Gobierno limitado por fronteras éticas y lógicas. En este punto, uno debe reconocer que la defensa del Estado de Derecho, orden dentro del cual nuestras libertades civiles y políticas son posibles, ha encontrado en Santa Cruz un espacio apto para su realización. No es casual que numerosos ciudadanos se preocupen por los ataques a las instituciones republicanas, la división de poderes, el debido proceso o la seguridad jurídica; esa indignación es una expresión del repudio a un régimen infame y contrario a Occidente. Acepto que las élites, nunca prescindibles, cometieron equivocaciones al guiar al resto de los individuos, despreciar los esfuerzos teóricos, exagerar las bondades del activismo; sin embargo, esto no debe llevarnos a cuestionar la importancia de lo ejecutado. El último quinquenio puede ser entendido como un lapso en el que innumerables personas tomaron conciencia de los derechos fundamentales y exigieron vehementemente su respeto, para lo cual se alentó la intransigencia. Es recomendable mantener esa posición. En ocasiones, resulta imposible hallar consensos, ya que las mentalidades enfrentadas no comparten principios ni escala de valores similares. Con este propósito, lo primordial es expandir, mediante argumentos y sin emplear consignas ni explotar lemas altisonantes, la convicción de que se deben patrocinar esas ideas que transformaron adecuadamente la sociedad humana. Como sucedió antes, la pugna se libra para salvar una obra que permite gozar de un presente que, si bien es perfectible, parece lo mejor dentro del contexto boliviano. Teniendo en cuenta el periodo que atraviesa esta república, lo fundamental es fortalecer esa cultura política que, en un tiempo majestuoso, fundó la posibilidad de una desobediencia civil.

Por supuesto, el reconocimiento del vínculo con la civilización occidental no significa que todo este proceso de modernización sea perfecto. Existen falencias que deben ser corregidas y conductas capaces de obstaculizar mejores días. Huelga decir que tenemos la ventaja de haber visto los errores del prójimo; consiguientemente, la experiencia ajena puede facilitar nuestras elecciones. Desde luego, dentro de sociedades que, como la cruceña, buscan ser abiertas, identificar defectos debe servir para principiar discusiones entre quienes se sienten a gusto viviendo en esta región. Esto es saludable, acaso preceptivo si no se quiere caer en el estancamiento. Debe aspirarse a llegar hasta el cuestionamiento interno; así como hay virtudes, existen vicios que no pueden seguir siendo consentidos. Además, admitir que no todo el caos ha sido provocado por agentes externos, nacionales o locales, es recurrir a un expediente medular para los occidentales: el espíritu crítico. La filosofía moderna comenzó con una vacilación; por consiguiente, frente a regímenes departamentales u organizaciones privadas, incluyendo las entidades cívicas, no se tiene que tolerar el imperio de verdades absolutas. Mientras se deje abierta la posibilidad de proseguir con estos ejercicios intelectuales, más aún si originan debates, tal vez se pueda descontar el advenimiento del progreso. Procediendo así, aun preservando ciertas particularidades que contribuyen a tener una vida grata, se justificará lo aseverado por Manfredo Kempff Mercado, filósofo al que rememoro nuevamente para concluir este ensayo: «El cruceño, sumido hasta ayer en su paisaje, ve que sus contornos se desdibujan y que en lontananza asoma un rostro inédito: la civilización. El desafío está lanzado y no caben prudentes retornos».


Nota fotográfica. La imagen que ilustra el texto pertenece a Octavio Gutiérrez Figueroa.-

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