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Cuando la magia se vuelve literatura

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Critica, es cierto, el lugar común, la ancha tontería de la gente, nuestro estado inmaduro, inculto, subdesarrollado, los prejuicios y las ideas arcaicas, pero su crítica nunca es acre y mordaz. Dice limpiamente esto es estúpido, cuando estúpida le parece alguna costumbre o alguna manera de pensar.

Roberto Prudencio Romecín

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Tras leer Pasajero en la aeronave Tierra, obra publicada el año 1972, supe que su autor sería uno de mis favoritos. La escuela me hizo conocer algunas de sus vivencias en el universo político; asimismo, habiendo ocupado la cumbre del Ejecutivo, su bisabuelo fue recordado en las clases dedicadas a los gobernantes conservadores que tuvo este país. No ignoraba, pues, la faceta política ni el abolengo que tenía quien había compuesto dicho volumen. Sin embargo, tal vez por el hecho de comprobar frecuentemente que la cultura suele ser desterrada del poder gubernamental, jamás me habría imaginado sus virtudes literarias, las cuales le dieron renombre a escala internacional. Ahora, consumidos treinta libros desde aquella primera lectura (no he accedido aún a la mitad de toda su cautivadora y formidable producción), expondré unas cuantas ideas sobre ese periodista, historiador, académico, gestor cultural, escritor e ínclito amigo: Mariano Baptista Gumucio, el Mago.

Don Mariano es uno de los principales ensayistas que tiene Bolivia. Como los textos que ha forjado combinan maravillosamente la crítica con el buen humor, sus lectores son provocados del mejor modo. Ellos se ven tentados a reflexionar acerca de lo manifestado por Baptista Gumucio, admitiendo sus veredictos o negándoles acierto; empero, nunca sienten que la redacción posea un tono profesoral, hierático, autoritario. Al leerlo, uno se encuentra con alguien que quiere compartir, sin envidia, sus descubrimientos, aquellos razonamientos causados hasta por los absurdos del diario existir. En cuanto al estilo, conviene resaltar también el denuedo que contienen sus escritos porque, durante la vida republicana, numerosos literatos escogieron una posición acrítica frente al poder, llegando a ofrecer un servilismo capaz de confeccionar las biografías menos digeribles. Una revisión de los editoriales publicados en Última Hora, desaparecido diario paceño, cuando él era su director, serviría para probar que ni siquiera los galones –indicios del peor salvajismo– pudieron acoquinarlo.

Es conocido que, cuando se trata de juzgar las obras del semejante, muchos escritores prefieren incurrir en el desdén u optar por la censura. Corrientemente, la creación de un autor contemporáneo no es celebrada, salvo que aparezca por debajo del producto personal; con certeza, pocos aceptan convertirse en divulgadores de un talento ajeno. Mariano Baptista es el mayor mentís que pueda tener tal aserto en Bolivia. Él ha rescatado a diversos escribidores del lugar donde la barbarie y el olvido los arrojan, aun antes de muertos, para ser apreciados por las nuevas generaciones. Su hallazgo de cartas, experimentos juveniles, anécdotas, ditirambos e imprecaciones que discurren sobre Franz Tamayo, Carlos Medinaceli, Augusto Céspedes, Carlos Montenegro, Augusto Guzmán, José Cuadros Quiroga, entre otros, facilita el contacto con quienes se atrevieron a pensar en una república donde esa ocurrencia no acostumbra tener un destino halagador. No es casual que uno de sus títulos sea Bolivianos sin hado propicio.

Mariano Baptista Gumucio lanzó su primer libro, Revolución y Universidad en Bolivia, cuando contaba veintidós años. Era junio de 1956, época en la que los movimientistas dominaban esta nación signada por el populismo cíclico. Han pasado varias décadas; seguramente, no todas sus convicciones se mantuvieron imperturbables, ya que ésta es la consecuencia de ser un intelectual refractario a las ortodoxias. Entre los hombres de su especie, necesarios pero escasos, la revisión del ideario es un mandato ineludible. No obstante, finalizo este párrafo con una frase tomada de su obra inicial, la cual debería suscribir aquél que, como mi entrañable amigo, escribiera para sacudir a los lectores contentadizos: «Nada repugna más a mi conciencia que las posiciones confesionales y dogmáticas».

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