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El repudio al pensamiento crítico

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Yo entiendo la filosofía como la capacidad de decir que no.

Washington Martins

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Seducir a los hombres que no aprecian el intelecto, sea propio o ajeno, es una práctica corriente cuando la incultura consigue su exaltación gracias al apoyo de quienes gobiernan un país. Conforme a la óptica oficialista, hay urgencia de hacerlo porque los mitos son acogidos, con naturalidad, por aquéllos que rechazan constantemente el apego al razonamiento. Dado que son diversas las mentiras del régimen, su implantación entre los súbditos no consiente tardanzas; la fe en el ideal totalitario precisa de conversiones rápidas, masivas e incesantes. No es vano enfatizar que, mientras exista la creencia de tener las verdades definitivas, los cuestionamientos se reputan inútiles, nimios, adversos; aunque hayan sido elaboradas a fin de lograr una reforma mínima, las objeciones al catecismo tienen que ser desmerecidas. En este marco, para la clase que dirige las acciones del Estado, es necesario imponer el mandato de no pensar, requiriendo una subordinación militante a los preceptos fiscales. Resumiendo, se acomete la deshumanización del ciudadano, pues no puede significar otra cosa esa predisposición a eliminar la capacidad de reflexionar por sí mismas que poseen las personas.

Según Albert Camus, el individuo que, basándose en un particular juicio de valor, no acepta una situación específica, negándole su aprobación y considerándola injusta, contraria a sus derechos, es rebelde. Desde luego, la rebeldía es un estado al que no se accede espontáneamente; su conquista implica esfuerzos, incluso sacrificios de dichas efímeras. Acontece que una disciplina en la cual no haya lugar para el diletantismo y un afán de buscar verdades cimentan su principal presupuesto: el espíritu crítico, cuya presencia ha sido siempre molesta. No es concebible la posibilidad de fijar los límites que toleraremos, en cualquier campo, si desconocemos cuáles facultades permiten llevar a cabo esa demarcación. Esto quiere decir que corresponde realizar alguna especulación al respecto. Nadie menosprecia las acciones que deben efectuarse para obtener ese propósito, aquellas manifestaciones emergentes del repudio de quien opta por no seguir soportando determinadas condiciones. La cuestión es que, como lo han demostrado las grandes hazañas del hombre, el trabajo meditativo resulta elemental si queremos pasar de un activismo infundado a una movilización con sentido. Por supuesto, al pensar libremente, un sujeto se arriesga a terminar juzgando inaceptables los axiomas que había profesado en una época precedente.

Debe desaprobarse la tesis de que las disquisiciones son indeseables sólo en el sector gubernamental. Como la franqueza es provechosa, no se puede mantener el bulo de que casi todos los opositores superan cultural, ética o estéticamente al tropel izquierdista. En realidad, la repulsión que sienten los adoradores del oficialismo es compartida por muchos opositores. Estos últimos se inclinan por una observación superficial y un lance que no exceda las fronteras de la violencia verbal. Es probable que afronten, de buena gana, vapuleos, pugilatos e infamias; empero, desprecian los duelos intelectuales porque, en el fondo, reconocen sus carencias. Ellos parecen propugnar que lo único relevante es la intención, ese curioso anhelo de abandonar el subdesarrollo sin saber cuál vía debe seguirse para hacerlo. Les basta elegir a un cabecilla, generalmente iletrado, que les repita discursos sin sustancia, mas en los cuales puedan encontrar sus gritos de guerra. Cumpliendo órdenes, la disidencia es vituperada con el mismo furor que cuando intenta aparecer entre los gobiernistas. Pasa que se quiere uniformidad, armonía de mentes clausuradas; por tanto, hasta las denuncias fidedignas sobre incoherencia o traición justifican reprobaciones coléricas. Es llamativo que su noción de unidad tenga como presupuesto la supresión del cuestionamiento interno.

Con algunas excepciones, la detestación del esfuerzo intelectual está bien vista por ambos bandos. Estoy completamente seguro de que las discusiones entre los dos bloques continuarán teniendo la misma categoría, ese nivel tan ramplón cuanto deplorable. Pese a este panorama, su aversión al conocimiento no conseguirá la claudicación de los que continúan apostando por el pensamiento autónomo para tener un mejor porvenir. Poco importa que la ciudadanía elija a políticos aborrecedores del raciocinio; hasta hoy, desde hace cinco años, se ha confirmado que, cuando la ignorancia es mayoritaria, los rituales democráticos son riesgosos. La certidumbre que sostengo no se ampara en su palatabilidad popular; al contrario, nace para respaldar a quien resuelve disentir con esos gustos. Por eso, aun cuando sean minusvalorados, seguirá siendo elogiable que haya seres dispuestos a contrarrestar los bramidos del grupo. Ellos son los que, merced a sus inquietudes, hacen posible el descubrimiento de las equivocaciones, la reconducción del trayecto, así como cualquier perfeccionamiento institucional. Una condición humana que haga posible nuestra convivencia reclama también su existencia, pues únicamente la sensibilidad del individuo crítico advierte, en el momento preciso, los abusos cometidos por el poder.

Nota pictórica. Prometeo (1868) es una obra de Gustave Moreau.


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