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---En ocasiones, cuando sufren por la consciencia de su mortalidad, los individuos se detienen a examinar las acciones pretéritas. Hay hombres que realizan este análisis porque quieren corroborar el acierto del autobombo, nutrir la egolatría con remembranzas heroicas. Existen asimismo personas que, ignorando sus blasones, emprenden la revisión de lo pasado e intuyen, al final, esa valía; en este caso, ellas son sorprendidas por una invasión del orgullo extraviado. Ultimando esta sucinta clasificación, entiendo que se debe advertir igualmente la presencia de otro sujeto: aquel ser incapaz del menor pundonor, decidido a vilipendiar todo encomio, pues pontifica que su vida sea una perfecta desventura; ergo, el tiempo anterior al presente sería sólo una confirmación de tan aciaga sentencia. De cualquier modo, no concibo un ejercicio más íntimo que el glosado, razón por la cual me agradan bastante los escritos compuestos con esa finalidad. Quizá el mejor juzgamiento de la existencia se consume cuando lo hace su propio intérprete.
---Por decimotercera vez, Hugo Celso Felipe Mansilla me obsequió el goce de leer sus libros. En esta oportunidad, la obra fue el primer tomo del título Memorias razonadas de un escritor perplejo (Santa Cruz: El País 2009). Como lo deja ver la denominación, el volumen aloja textos autobiográficos que han sido elaborados con su peculiar estilo, donde conviven el racionalismo, la sensibilidad y un admirable sentido del humor. Debo admitir que, mientras contemplaba el periplo nemotécnico, recordé a Carlos Medinaceli, cuyo epistolario demuestra que, aun en las peores inopias, los genios pueden sonreír. Posiblemente, esta virtud sea parte del legado que dejan los progenitores. Al respecto, pienso en algunas palabras de Virgilio: «Aquél a quien sus padres no han sonreído será para siempre indigno del banquete de los dioses y del lecho de las diosas». A propósito de alcobas mujeriles, las conquistas del autor están satisfactoriamente citadas en el libro; como apátrida, festejo aquí su cosmopolitismo, expresado en copiosos viajes y variopintas compañeras, seguro producto del repudio a estereotipos, ya que éstos anulan individualidades.
---Siendo escribidor, me interesaba saber cómo fue que Felipe procreó sus obras ensayísticas y narrativas. En especial, los razonamientos acerca de las cuatro novelas que posee son ampliamente aleccionadores. Constructor de argumentos filosóficos, su aventura en este género no podía ser diletante, incuriosa, mediocre. Hace pocos años, él dijo algo que condice con su faceta de novelador: «El arte y la literatura son asuntos serios y no ejercicios aleatorios». H.C.F. es un autor que medita mucho sobre los diferentes aspectos de sus narraciones; en cuanto a este hábito, resistido por el díscolo Juan Carlos Onetti, corresponde situarlo dentro del grupo que sigue a Mario Vargas Llosa. Pasa que la tarea de fabricar una novela no fue cumplida sin tiento; al contrario, cada punto mereció una consideración relevante por parte del creador. Yo alego que la desatención infligida por los lectores contemporáneos a tales invenciones prueba su excelsitud.
---Además de narrador, Mansilla es filósofo y cientista político. Afortunadamente, tal como acontece con las memorias de Louis Althusser, el que sienta estima por ambos campos puede conocer la manera en que fueron establecidas sus ideas. Merced a las páginas que constituyen el volumen comentado, es factible comprender las fuentes e intenciones de su mayor aporte doctrinario: la teoría crítica de la modernización. Por otro lado, destaco que Felipe sea generoso cuando toca reconocer la importancia que ciertos pensadores, literatos y deudos han tenido en su vida intelectual. La gratitud se nota en ese lector apasionado, acaso tanto como para intimidar al hado, permitiendo que quienes loamos sus textos lo patrocinemos frente a las amenazas del olvido. Aunque no le produzca ningún beneficio práctico, ésta es mi postura.
---Por decimotercera vez, Hugo Celso Felipe Mansilla me obsequió el goce de leer sus libros. En esta oportunidad, la obra fue el primer tomo del título Memorias razonadas de un escritor perplejo (Santa Cruz: El País 2009). Como lo deja ver la denominación, el volumen aloja textos autobiográficos que han sido elaborados con su peculiar estilo, donde conviven el racionalismo, la sensibilidad y un admirable sentido del humor. Debo admitir que, mientras contemplaba el periplo nemotécnico, recordé a Carlos Medinaceli, cuyo epistolario demuestra que, aun en las peores inopias, los genios pueden sonreír. Posiblemente, esta virtud sea parte del legado que dejan los progenitores. Al respecto, pienso en algunas palabras de Virgilio: «Aquél a quien sus padres no han sonreído será para siempre indigno del banquete de los dioses y del lecho de las diosas». A propósito de alcobas mujeriles, las conquistas del autor están satisfactoriamente citadas en el libro; como apátrida, festejo aquí su cosmopolitismo, expresado en copiosos viajes y variopintas compañeras, seguro producto del repudio a estereotipos, ya que éstos anulan individualidades.
---Siendo escribidor, me interesaba saber cómo fue que Felipe procreó sus obras ensayísticas y narrativas. En especial, los razonamientos acerca de las cuatro novelas que posee son ampliamente aleccionadores. Constructor de argumentos filosóficos, su aventura en este género no podía ser diletante, incuriosa, mediocre. Hace pocos años, él dijo algo que condice con su faceta de novelador: «El arte y la literatura son asuntos serios y no ejercicios aleatorios». H.C.F. es un autor que medita mucho sobre los diferentes aspectos de sus narraciones; en cuanto a este hábito, resistido por el díscolo Juan Carlos Onetti, corresponde situarlo dentro del grupo que sigue a Mario Vargas Llosa. Pasa que la tarea de fabricar una novela no fue cumplida sin tiento; al contrario, cada punto mereció una consideración relevante por parte del creador. Yo alego que la desatención infligida por los lectores contemporáneos a tales invenciones prueba su excelsitud.
---Además de narrador, Mansilla es filósofo y cientista político. Afortunadamente, tal como acontece con las memorias de Louis Althusser, el que sienta estima por ambos campos puede conocer la manera en que fueron establecidas sus ideas. Merced a las páginas que constituyen el volumen comentado, es factible comprender las fuentes e intenciones de su mayor aporte doctrinario: la teoría crítica de la modernización. Por otro lado, destaco que Felipe sea generoso cuando toca reconocer la importancia que ciertos pensadores, literatos y deudos han tenido en su vida intelectual. La gratitud se nota en ese lector apasionado, acaso tanto como para intimidar al hado, permitiendo que quienes loamos sus textos lo patrocinemos frente a las amenazas del olvido. Aunque no le produzca ningún beneficio práctico, ésta es mi postura.
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