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La política como fascinante destino de académicos y artistas

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A Fernando Baptista Gumucio
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La política llenó de humo el cerebro de Malraux, envenenó los insomnios de César Vallejo, mató a García Lorca, abandonó al viejo Machado en un pueblo de los Pirineos, encerró a Pound en un manicomio, deshonró a Neruda y Aragón, ha puesto en ridículo a Sartre, le ha dado demasiado tarde la razón a Breton… Pero no podemos renegar de la política; sería peor que escupir contra el cielo: escupir contra nosotros mismos.

Octavio Paz, El ogro filantrópico.

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Hace muchos años, tal vez persiguiendo el disenso con su egregio perro, Arthur Schopenhauer afirmó: «El Hombre es un animal que tiene la funesta manía de pensar». Pese a lo rotundo del aserto, cabe notar que no todas las personas se dejan llevar por el aguijón de los ejercicios intelectuales, especulaciones, «mentefacturas», como las denominó José Ortega y Gasset. Ampliando esta idea, encuentro que quienes tienen la costumbre de realizar tales actividades pueden ser colocados en dos ámbitos. Por un lado, aparecen aquellos mortales cuyo genio se relaciona con la vida artística; desde luego, los escritores –poetas, narradores, dramaturgos y ensayistas– tienen aquí su guarida. El segundo campo ideal para estas criaturas meditativas es la academia, sea universidad u otra institución que les posibilite razonar, contradecir hipótesis, forjar teorías: contribuir al engrandecimiento o devastación de alguna corriente del pensamiento humano.

Pero la existencia en los terrenos artístico y académico suele ser trastornada por inquietudes ligadas al manejo del Estado, es decir, la política. Esto significa que, procurando influir en las decisiones gubernamentales (locales, nacionales o planetarias), un individuo rebasa los límites del ámbito donde se hallaba trabajando plácidamente su obra hasta llegar al espacio en el que esa injerencia sea operable. Acentúo esto porque me parece elemental para reconocer al intelectual: trascender fronteras artísticas o académicas a fin de abolir u optimizar la realidad, lo cual tiene que ver con política. Además, como enseñó Max Weber, quien hace política busca el poder; consiguientemente, no es extraño que se acabe anhelando ocupar cargos permitidores de una dirección real del país. Pienso en Mario Vargas Llosa, Slavoj Žižek y Franz Tamayo, ya que ellos intentaron ser presidentes de sus respectivas naciones.

De acuerdo con los vínculos políticos explicados brevemente, quiero destacar que Alemania ofrece dos ejemplos de su concreción: Martin Heidegger y Günter Grass. Aunque mi proverbial occidentalismo no me confiera credibilidad, admito haber buscado, sin fortuna, figuras precolombinas u orientales dotadas del mismo encanto que tienen los casos enunciados; ergo, su invocación se justifica sobremanera. Nada mejor que suscitar arrebatos entre quienes añoran tiempos bárbaros. Esclarecido esto, paso a discurrir acerca del compromiso asumido por dichos autores.

Heidegger, nacido en 1889 y cuyo fallecimiento se produjo el año 1976, fue uno de los mayores filósofos que conoció la humanidad. Sein und Zeit es el título del libro que le dio prestigio universal; la obra, un volumen crítico de la ontología tradicional, fue publicada en 1927. Relativamente joven, Martin Heidegger había elaborado ésa y otras creaciones filosóficas merced a las bondades del campo académico. En efecto, hasta 1932, vivió preocupado sólo por esas cuestiones. Mas los cambios que estaba sufriendo Alemania fueron tan formidables que ni en la insigne cabaña donde manuscribía este razonador se pudieron despreciar sus cantos de sirena. Así, luego de que Von Möllendorf fuera relevado del puesto, el notable filósofo y catedrático encabezó el rectorado en la Universidad de Friburgo. Era 1933, año en el que Adolf Hitler asumía plenos poderes para consumar los cambios preconizados por su facción.

Heidegger no fue un rector con alma de burócrata, gris, estólido; el quería una modificación estructural de la Universidad, dirigirla espiritualmente, acabar con esa organización técnica que denostó siempre. En plata, la magnitud de sus aspiraciones era semejante al volumen que mostraban los planes del nazismo. Por eso, no sorprende que, en noviembre de 1933, nuestro filósofo se haya dirigido a los estudiantes empleando estas palabras: «La revolución nacionalsocialista trae la completa subversión de nuestra existencia alemana». Es oportuno indicar que esto fue declarado en el contexto de la separación de Alemania de la Sociedad de Naciones y en la víspera del plebiscito que obsequió a Hitler un triunfo sobrecogedor. Por supuesto, más explícita es otra frase contenida en ese mismo llamamiento estudiantil: «Que las reglas de vuestro ser no sean “dogmas” ni “ideas”. El Führer mismo, y sólo él, es la realidad humana presente y futura y su ley».

Con todo, la experiencia rectoral duró apenas diez meses. Conforme a lo revelado por Heidegger, ello se dio porque no tuvo libertad irrestricta, desde el punto de vista político-partidario, para elegir a sus principales colaboradores. Extinguida la vivencia, terminaron sus laudatorias nacionalsocialistas, aunque siguió renovando el carné del partido hasta 1944. Guardaría también un silencio que fue censurado por copiosos sujetos; entre ellos, Herbert Marcuse, quien le pidió infructuosamente que se retractara del discurso inaugural de su rectorado, desacreditara las aseveraciones que lo situaron entre la tribuna y el campus.

Como mencioné antes, el otro ejemplo de innegable compromiso político, ligado esta vez a una faceta artística, es Günter Grass, nacido en 1927 y ganador del premio Nobel de Literatura el año 1999. Ciertamente, este dibujante, escultor y literato ha tenido una participación apasionada en el desenvolvimiento de procesos políticos como el Tercer Reich (Grass fue miembro de la Jungvolk, las Juventudes Hitlerianas y, por si fuera poco, las Waffen-SS, cuerpo de élite al cual se le atribuyen variadas atrocidades) y, luego de su restablecimiento, el sistema democrático. Esto me hace creer que su pedestal de «conciencia moral y cívica de Alemania» no pueda obviarse con facilidad, peor aún cuando los necios se multiplican pavorosamente en toda la Tierra.

Si a Heidegger se lo fustigaba por su silencio, Günter Grass despuntará por ser diametralmente opuesto. Pasa que este autor no ha exigido sólo una culpa individual por lo acaecido durante el régimen nacionalsocialista, sino una suerte de penitencia colectiva (planteo que, como se sabe, fue repelido por cuantiosos alemanes). Quizá algunas palabras de su autobiografía, Pelando la cebolla, ayuden a entender mejor esta postura: «Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida». Este recio e inmutable convencimiento me hace rememorar a Fernando Savater: «...declararse uno a sí mismo "intelectual" es anunciar que piensa intentar intervenir en la gestión de los negocios políticos del mundo». Y es que, además de pronunciarse sobre temas alemanes –su oposición al reencuentro germano fue asaz controvertida–, este intelectual se ha manifestado acerca de asuntos originados en otras partes del planeta. Por ejemplo, en una infausta oportunidad, sugirió a los latinoamericanos seguir el ejemplo de Cuba; como era previsible, tan reprobable ocurrencia causó una polémica que puso a Mario Vargas Llosa en el otro lado del debate, esto es, impugnando ese arranque de absurdidad. Asimismo, exteriorizando su predilección por tendencias izquierdistas –confirmada gracias a los lazos socialdemócratas que ha tenido–, Grass criticó el neoliberalismo, la Guerra de Iraq y, recientemente, denunció que la crisis financiera global sería pagada por el Tercer Mundo. Sin duda, evocando una de sus ingeniosas composiciones, él no ha dejado de seguir la «tradición europea o alemana de abrir la boca», lo que agradecen sus admiradores y críticos.

Nota pictórica. Júpiter y Mercurio en Philemon y Baucis es una obra de Adam Elsheimer (1578-1610).

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Heidegger colaboró conscientemente con el nacionalsocialismo. Quien busque anular su responsabilidad debería recordar que ni siquiera se disculpó por haberlo hecho. Su silencio político desprestigia cualquier logro que haya tenido en el campo académico.

Grass formó parte de grupos hitlerianos, pero supo reconocerlo y luchar para que nunca más la humanidad sufriera por los totalitarismos. Por eso, sus gritos son infatigables. Yo creo que,a diferencia de Castro, la Historia ya lo absolvió.

¡Saludos desde la tierra donde acaba el mundo!

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