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Autonomía departamental, corolario del modelo cruceño


Desde hace muchos años, Bolivia padece de una ingobernabilidad contumaz que no permite soñar con su desarrollo. Esta falta de autoridad para orientar la gestión pública, tomando determinaciones concretas que puedan ser observadas seriamente, no agravia sólo la estabilidad de los gobernantes, sino también perturba el funcionamiento del país entero. Paradójicamente, numerosos comicios demuestran la vulnerabilidad del sistema democrático boliviano; asimismo, un crecimiento histórico de las exportaciones sirve para probar cuán insignificantes somos a nivel planetario. Hoy, la situación se ha tornado más complicada porque dos proyectos estatales, esencialmente antagónicos, resurgieron en el debate constituyente.
Conforme a lo manifestado por el pensador H.C.F. Mansilla, en esta república se pueden identificar dos tendencias contrapuestas que reflejan sendas tradiciones socio-políticas: colectivismo occidental e individualismo oriental[1]. Por supuesto, cada uno de estos escenarios posibilita formular una visión distinta del país, un cerco que sea compatible con sus valores e ideales normativos. Así, mientras la región andina defiende a un Estado-aparato monumental, capaz de controlar múltiples aspectos del quehacer diario, el bloque de los llanos confía más en una sociedad civil fuerte para resolver sus problemas estructurales. Aunque ambas persigan el progreso boliviano, estas concepciones difieren al momento de elegir la vía que nos llevará al estadio en el que se hallan todas las sociedades modernas (ya resulta indiscutible sostener que tanto orientales como occidentales
aspiran a tener los conocimientos técnicos, productividad y patrones de consumo vigentes en la denominada civilización metropolitana).
Como lo han hecho varios países asiáticos y europeos que pertenecieron a la ex Unión Soviética, Santa Cruz de la Sierra optó por consolidar un modelo donde la libertad política -democracia- y económica -mercado- confluyeran para empezar a disfrutar de las ventajas del mundo moderno. Es cierto que esta idea no ha sido concretada plenamente hasta ahora, mas ello se debe al perjuicio causado por muchas de las políticas estatales que son expelidas desde La Paz, centro del otro proyecto, mercantilista, colectivista e iliberal. Este hecho es tan apodíctico que, en El regreso del idiota, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa señalan con suma explicitud: “Adicionalmente, la dinámica clase empresarial ve como amenaza los esfuerzos de La Paz por separar a Bolivia del proceso de globalización al que los cruceños les interesa engancharse de forma definitiva. Esa clase empresarial no comprende sólo a los grandes intereses sino también a muchos pequeños y medianos empresarios que aspiran a progresar y perciben que forma de hacerlo es abrazando la modernidad”[2].
Esta contienda, librada entre quienes desean seguir la fórmula liberal empleada por los países opulentos del planeta para devastar la pobreza, y aquéllos que anhelan el mismo bienestar, pero repitiendo esa malaventurada experiencia del estatismo o proteccionismo, amenaza con hacer insostenible cualquier tipo de emprendimiento nacional. El intríngulis es que, amparados en una memorable victoria electoral, los miembros del partido gobernante están gestando un Estado donde sus convicciones ideológicas sean las únicas respetadas. Admitir esto implicaría desconocer la existencia de un modelo distinto pero igualmente –o más, según lo que nos indican los datos de organismos internacionales– legítimo, cuya eficiencia ha probado Santa Cruz y media Bolivia patrocina. Como ninguna imposición es recomendable, lo avisado sería establecer un marco legal que haga posible la convivencia de ambos planteamientos. Si se ha decidido cultural y democráticamente la observancia de un camino específico, no parece racional irrespetar esa medida.
Las autonomías departamentales son una expresión del modelo que procura consolidar definitivamente Santa Cruz. Un apoyo contundente de sus habitantes –demostrado en el pasado referendo autonómico– confirma que la desconcentración del poder político, el control mayoritario de los propios recursos económicos y la urgencia de contar con una capacidad normativa idónea para facilitar una modernización afortunada se conciben como elementos inseparables del porvenir cruceño. Todo lo anterior hace que la defensa de su inserción en el nuevo texto constitucional se vuelva imprescindible si no se desea abandonar esta loable aspiración colectiva, este intento de acabar con los óbices burocráticos que empecen nuestro progreso.

[1] H.C.F. Mansilla, Problemas de la Autonomía en el Oriente Boliviano. Santa Cruz: El País 2007, pág. 25.
[2] Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, El regreso del idiota. México D.F.: Debate 2007, página 130.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estimado Enrique, hay otro factor en el que nos parecemos los de Oriente con los de Occidente: el corporativismo. Opacamos al individuo para someternos a la lógica de comparsa, del sindicato, de la lógia, y demás manifestaciones.
Un abrazo.
Guayaramerín ha dicho que…
hola caido del tiempo, mmmm me agrada mucho la tematica de tu blog, que te parece si hacemos cambios de links? te animas? saludos para vos.
Jorge Ferrufino ha dicho que…
No se puede hablar de bolivia sin que no nos contagie su "ir a ningun lado". Este port sinceramente me parecio un poco forzado.
Noelia!!! ha dicho que…
como te me desapareciste del facebook y como me da flojera leer tu largo post, solo paso a saludarte ;)
Anónimo ha dicho que…
La Paz se va alejando cada vez mas de Bolivia

La ciudad de La Paz ha representado desde antes de la república a intereses de clase y región anclados en el pacífico, durante la colonia ligados al Virreinato de Lima. No es entonces de extrañarse que los primeros proyectos de país, el planteamiento de los representantes paceños de 1824 se hayan decantado por conformar una república unida al Bajo Perú , lo cual resultaba bastante lógico desde la geopolítica paceña por entonces vigente, aquella que luego se impuso al resto del país al instaurarse los poderes nacionales en su territorio, favorecida además por el hecho de que la única salida marítima boliviana pasaba necesariamente por tierras altiplánicas y el cambio del patrón minero de la plata por el del estaño.

Desde un inicio se vinieron perfilando las dos grandes regiones que materializan lo que hoy conocemos como el conflicto entre las dos bolivias, la lucha de las regiones, el cantonalismo, base pujante del urgente proceso de redistribución del poder, temido por las élites altiplánicas que medran del centralismo.

Contrariamente, los intereses regionales chuquisaqueños encontraron desde un inicio un impulso propio a partir del poder que llegó a representar la Real Audiencia de Charcas para la Sudamérica colonial, presentando, en este sentido, una fuerte vinculación territorial hacia los territorios situados al sudeste:

“Por su ubicación platense y atlántica, la presencia de La Plata se orientó hacia Santa Cruz, ciudad cuya fundación tuvo lugar el mismo año, 1561, en que empezó a funcionar la Audiencia. La proyección de La Paz era en sentido contrario: los Andes-Pacífico por la extensión del corregimiento del mismo nombre que abarcaba toda la provincia de Puno en la ribera del lago Titicaca” (Roca y Barragán, 2005).

Bolivia nació a la vida independiente por fuerza de los representantes charqueños, si de La Paz hubiera dependido, no hubiéramos pasado de ser una provincia peruana

Con el cambio de la sede de gobierno a la ciudad de La Paz, acaecida en 1898 mediante la mal llamada guerra federal, se impuso al país una visión centralista y autoritaria de gobierno, ejercido desde una región que a lo largo de la historia ha demostrado un espíritu bastante alejado del proyecto de construcción nacional y que desde un inicio promovió en regionalismo radical, no en vano en vano el célebre historiador Gabriel René Moreno, citado por Roca (2005) escribió:

“Pretendía este sistema localista dividir Bolivia en regiones independiente y, en su defecto, separar la nacionalidad boliviana del departamento de La Paz. Era paceño este cantonalismo porque fue únicamente de allí y porque no tomo en cuenta para nada lo que de resultas pasara con cada departamento ni con la comunidad de todos ellos. Lo que se proponía era que La Paz prosperase sola sin menoscabo de sus haberes y para ellos tenía dos estrategias: separación política completa o autonomía dentro de Bolivia mediante al pago a ésta de una cuota a lo que parece por el uso de la bandera.”

En una perspectiva comparada, el mismo autor llegó a analizar los regionalismos de las ciudades más importantes de la época:

“El (regionalismo) menos ofensivo y mas vanidoso es acaso el chuquisaqueño. Alardea de sus blasones de otro tiempo. Conforta con antiguas preeminencias muertas el pensamiento de su actual vida sin horizontes. El más temible por su iracundia es el paceñismo. Sus amores entrañables, de si propio esconden soberbia de dominación en Bolivia y, si no, soberbia de segregación. El elemento mestizo es alma fervorosísima de una y otra comunión cantonal”

Gran parte de la base de estos regionalismos se mantiene incólume, salvo en dos aspectos, si bien en el caso del regionalismo chuquisaqueño pervive el espíritu histórico, cimentado en viejas glorias muertas, no es menos cierto que a partir de la guerra federal ésta ha sido una de las regiones más castigadas por el centralismo, quizás en parte como producto del revanchismo paceño que no perdona. Esta región postergada ha aprendido a fuerza de su inmersión en la periferia que el centralismo se ha constituido en un elemento de disociación y retraso, convirtiéndose a la fecha es uno de los departamentos más proclives a una descentralización moderada y gradual, a un proceso autonómico en el marco de la unidad. Así lo demuestran los resultados del referéndum autonómico en el departamento, donde se impuso el NO pero por un muy escaso margen y las manifestaciones cotidianas acerca de la descentralización se hacen cada mas congruentes con los planteamientos de los departamentos de la “media luna”. No hay que olvidar que uno de los comités cívicos más activos durante las luchas por la Ley de Gobiernos Departamentales en la década de los 80 y 90 fue precisamente el de este departamento.

En el caso altiplánico, la ciudad de La Paz ha demostrado a lo largo de su desarrollo histórico una escasa vocación nacional, aunque paradójicamente así lo reivindique, puesto que al menor indicio de discusión sobre sus mal habidos fueros sobrevenía siempre la amenaza de la separación o la guerra, a partir de ello puede entenderse que la cultura política paceña ha sido y es altamente autoritaria, de discordes en vilo, de guerra, lo que la hace difícilmente proclive a la negociación o al acuerdo democrático, su política es de masas y calle (sea de izquierda o derecha) , su vocación de reconocimiento y acatamiento de la institucionalidad es atrozmente escaso. No es entonces extraño que todo intento de irradiar esta cultura a las regiones de la periferia política mediante ese viejo centralismo secante que se quiere vencer, encuentre fuertes resistencias.

Este intento de “andinizar” el país, imponer una visión homogeneizante de la realidad en base a una discursividad construída sobre la base del “mito del buen salvaje” viene a contribuir a la resquebrajamiento de los cada vez más escasos vínculos que nos otorgan la identidad colectiva de “bolivianos”.

Muestras del espíritu impositivo y soberbio de la sociedad paceña huelgan a lo largo de la historia boliviana y la mas reciente se materializa en los hechos y declaraciones emergentes acerca del debate sobre la capitalidad, desde amenazas de sangre y veto político/económico, hasta el descabellado planteamiento de llevarse la Asamblea Constituyente a otra ciudad, como si de su feudo se tratase, su vieja tradición de menoscabo a las instituciones se tradujo en las “decisiones y órdenes” emergentes de su cabildo, su escasa capacidad de argumentación en perspectiva de diálogo se visibilizó en su slogan “la sede no se mueve” y ¿Por qué? Pues porque no les da la gana y punto, caso contrario, correría sangre y se dividiría el país (la cultura de la amenaza), su desprecio por la ley se hizo patente con el veto a la discusión de la capitalidad en la constituyente, en base a una maniobra tan cándidamente ilegal como artera y autoritaria, y, finalmente, su ninguneo a la verdadera democracia solo se explica por el temor con el que manejan la posibilidad de resolver el conflicto mediante un referéndum como el procedimiento democrático adecuado para zanjar de una vez por todas y en marco de la concordia, un viejo problema histórico.

Una cosa es de admitir, la ciudad de La Paz tiene una capacidad organizativa envidiable, principalmente cuando de defender su región se trata. Los viejos odios subsistentes desde siempre entre los habitantes aymaras de las laderas y El Alto, pobres y explotados, frente a los oligarcas de la zona sur se olvidan al calor del cabildo en defensa de La Paz, es claro, la vieja lógica del enemigo externo convierte en aliado temporal al enemigo interno y es en este sentido que la historia se repite: la alianza Pando/Zárate Willka para la guerra federal ser repite en las alianzas entre Evo Morales y las élites paceñas para defender la sede, solo que esta vez, y no se le vaya a olvidar a nadie, el muerto y traicionado no será el indio.


“La Paz, por su historia y cultura tiene un enorme capital social, sin embargo este capital social ha sido construido en base a la resistencia, sobre todo sindical y política, y no hacia a la acción productiva. Los paceños son muy buenos para organizarse cuando les quieren imponer un impuesto, en cuestión de horas hacen un paro, un bloqueo y se organizan, pero les cuesta mas organizarse para actividades ligadas a la producción…La energía social que se mueve en La Paz debe cambiar de rumbo (Chávez, 2006)”

Se trata de los que los teóricos llaman “capital social negativo”, es decir, constituido con finalidades destructivas y con escasas posibilidades constructivas, afirmación reconocida por algunos de los paceños mas honestos y sinceros, en la perspectiva de mejorar la situación local.

Por otra parte, la afirmación de Moreno en sentido de que el mestizaje es la base del regionalismo en ambos departamentos es discutible en tanto es un aspecto que ha venido cambiando cualitativamente a lo largo del tiempo, así, si bien en el caso del departamento de Chuquisaca se mantiene con escasas variaciones, esto según los datos del último censo que le otorgan un carácter altamente mestizo, lo que no tiene porque desmerecerlo pues ser mestizo es tan respetable como ser indio o croata. No ocurre lo mismo en el caso de La Paz, donde estos mismos resultados han desnudado su calidad esencialmente aymara, lo cual resulta altamente positivo en la medida que implica el reconocimiento oficial de la presencia de una gran mayoría indígena altamente segregada y alejada del acceso a un poder tan cercano y promueve un movimiento reivindicatorio justo, aunque en algunos casos extremo. Esta es quizás la mayor virtud de la sociedad paceña/alteña, pero debe estar claro que ello no le otorga ningún derecho a menospreciar al resto de las identidades regionales, por muy mestizas o blancas que las considere. Es bien sabido que respetos guardan respetos y la base de la convivencia entre diversos es la tolerancia.

En lo interno, La Paz se constituye en una bomba de tiempo, se erige quizás como uno de los departamentos con mayores índices de desigualdad , así, no sería de extrañarse, y sería justo además, que las masas aymaras de las laderas bajen a tomar, con niveles inciertos de violencia, lo que por derecho creen suyo.

Todo esto, sumado a la especial coyuntura política de la última década, ha propiciado un proceso de “rescate” físico y simbólico del punto geográfico que para los aymaras tiene una relevancia trascendental, su “Chuquiago Marka”, es decir, se ha producido un proceso de “indigenización aymara” de la ciudad y el departamento, otorgándole una identidad clara y una posición diáfana en el contexto de crispación social actual, ha dejado de ser la representación de “lo boliviano”, si es que esto a sido así alguna vez, y ha pasado a ser la representación de una de las dos grandes bolivias (sin desmerecer la existencia de otras muchas otras más pequeñas), la bolivia andina, de las alturas, la aymara altiplánica, aquella que tanto queremos y respetamos, pero que definitivamente no es la única, que bajo ese mismo principio de respeto no debe intentar imponerse al resto de las identidades nacionales. Respeto, tolerancia, pluri-multi son conceptos que al parecer han desaparecido del lenguaje del occidente del país.

En este contexto, para las regiones de la periferia del país resulta cada vez mas difícil no ver con desconfianza a una sede de gobierno sitiada por una parcialidad, ubicada en el corazón de uno de los discordes en discordia, sosteniendo, por consiguiente, una visión parcial de la realidad nacional, donde apenas alrededor de 70.000 personas (entre la hoyada, las laderas y el El Alto) son la que han venido definiendo inconsultamente y en base a su propia agenda de cambios y movilizaciones, el destino del los restantes 8.000.000 de habitantes del país.

La Paz esta agotando su potencial aglutinador y se esta alejando cada vez mas de Bolivia. Sus afanes estrictamente regionalistas hacen que se menoscabe, sin ningún reparo, la legitimidad de la Asamblea, imponiéndole decisiones aún a costa de la legalidad, minando su credibilidad y poniendo en riesgo quizá la última oportunidad que tenemos de llevar adelante las ansiadas transformaciones nacionales en un contexto de paz democrática. Al parecer, La Paz piensa que su bienestar es el bienestar de Bolivia, que nada mas importa, no desea asumir la cuota de sacrificio que a cada grupo de interés o región le corresponde para la construcción de una nueva Bolivia. Todo esta bien en la medida de que el sacrificio y el coste de los cambios recaiga sobre el resto del país, pero de tocarle un pelo ¡ni hablar!

En la perspectiva de una Asamblea Constituyente plenipotenciaria y de carácter originario, ha llegado la hora de debatir amplia, seria y sinceramente, sin ningún tipo de temores, todos los temas que signifiquen un problema para el futuro nacional, no pueden dejarse asuntos pendientes, si no es ahora ¿Cuándo?

La capitalidad debe ser revisada y la resolución de mero trámite que injusta e ilegalmente retira un tema de contenido como éste de la agenda de la Asamblea debe ser anulada, para que en última instancia sea el soberano, quien mediante un referéndum, decida sobre el destino de los principales poderes públicos, es de urgencia nacional el dotar a este nuestro proyecto de refundación nacional de una capital que irradie “neutralidad” mas allá de las heridas históricas, un locus del poder de todos que desde lo simbólico y lo político, irradie unidad entre oriente y occidente, sin sangre ni luto.

El motor de la historia boliviana es y ha sido, por encima de la lucha de clases y de etnias, la lucha de las regiones. Bolivia es mucho más que solo La Paz.


El federalista
Javier Sandoval A. ha dicho que…
Pues sí. Rubens lo expresó acertadamente: en muchas situaciones el famoso "indivualismo" del cruceño, no es más que un mito. Y eso que te lo afirma un cruceño individualista.

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