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Encastillamiento intelectual


“Solitario destino: otros viven diversamente, dispersamente; mas el pensador se consume en sí, como la cera, alumbrando”.
Franz Tamayo Solares,
Proverbios sobre la vida, el arte y la ciencia (fascículo segundo).
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La idiocia de muchos congéneres ha obligado al filosofador a decretar su propio aislamiento. Una vez descubiertas las alegrías del encierro voluntario, aquél permanece así durante las jornadas requeridas para ultimar sus especulaciones. Arreciando el torpor colectivo, nada disculparía relacionarse abiertamente con los gaznápiros; inteligenciado de que la reflexión procrea cuando han fenecido las bullas citadinas, yo labro solo, sonriendo a mis volúmenes, persiguiendo explicaciones. Ellos, sobresalientes memos, ignoran la fortísima convicción que me conduce hacia el recogimiento[1].
Regularmente, la extravagancia de aislarse hace que los negados sambeniten a quien incida en ella. Apologistas del trabajo grupal, repudian las acciones desarrolladas por un sujeto, pues, conforme a su parecer, todo logro trascendental debe ser alcanzado de manera conjunta, suprimiendo las originalidades individualistas. Los discursos que pretenden la ovación del vulgo sirven sólo al politicastro, por eso bailotea y grita junto a las galerías incultas. Los enemigos de dichas prácticas son atacados. Su aparente ascetismo enfurruña. Gabriel René Moreno del Rivero fue una víctima de la irritante populachería; en su escritos confesionales, Alcides Arguedas Díaz nos asegura que aquel historiador fue maculado por “los que se imponen a fuerza de bajezas o de audacia y que, para ocultar su nulidad o su ignorancia, se ven forzados a fingir desdén por el poder creador del estudio discreto, que repugna invenciblemente descender a la feria de la plaza rebosante de payasos con oropeles sonoros o de simulación”
[2]. Para los zoquetes, mientras haya fusiles que tableteen panegirizándolos, la guazábara es aceptable. Por el contrario, un analizador difiere cualquier contacto público, puesto que sabe triar sus prioridades[3], explotar la intimidad.
Quienes remusgan que disfrutar del encierro es una ostensible locura, un perspicuo ejemplo de misantropía, marran groseramente. Es indiscutible que ha habido teorizadores antigregarios tan lucios como renitentes a llevar una vida social. Apartando esos casos excepcionales (patológicos), los insignes filósofos han defendido siempre la nobilísima responsabilidad que asumen al iluminar a sus contemporáneos. Esclarecido desde su lozanía, el egregio Cornelius Castoriadis la explica usando estas palabras: “El escritor, el pensador con los medios particulares que le dan su cultura y sus capacidades, ejerce una influencia en la sociedad, pero eso forma parte de su rol de ciudadano: dice lo que piensa y toma la palabra bajo su responsabilidad. De esta responsabilidad nadie se puede desentender, ni siquiera el que no habla y que por este motivo deja hablar a los otros y deja el espacio histórico-social ocupado por ideas monstruosas”
[4].
Al igual que los alquimistas, el filósofo insuda en su habitáculo con la meta de cuestionar su realidad, derrumbar aquellas preguntas concebidas por sus dubitaciones e indomable criticismo. No bastan las exposiciones sucintas del ideario que tuteló un determinado sabio; el verdadero deseo es dejar su impronta personal. Continuando irresolubles los grandes problemas de ayer, éste procura contribuir al mejoramiento humanal
[5]. Aun cuando comporte algunas angustias[6], decido seguir adelante; la misión es embelesadora: obtener certinidades.
El aspirante a estos ejercicios detersivos no debe cometer exageraciones. La vida fulge al producir, pero tiene también otras facetas. Quizá esta pasmosa confesión que José María Vargas Vila escribió en su Diario sirva para ilustrar los riesgos del ultraísmo: “El aprendizaje de la soledad no fue penoso; yo había nacido un solitario y lo fui desde mi niñez… nunca tuve amores, nunca tuve amigos; las mujeres que fatigaron mi sexo no entraron jamás en mi corazón…”. Pese a su acrimonia, nadie puede formular rebatimiento alguno acerca de la disputa libertaria emprendida por este polemista en beneficio del planeta entero. Sin embargo, convendría reconocer que sobrecogen los sacrificios que hizo al rechazar las deleitaciones del cotidiano vivir.
Cabe desestimar cualquier tentativa de refutación. Las bondades del encastillamiento intelectual son evidentes. Todos los sapientes que quieran acabar con su animalidad pueden hacerlo gracias a este suceso. Discantando alrededor de tales posibilidades, el jurista norteamericano Kenney F. Hegland fue preciso al manifestar: “Las ideas engendran ideas y, como en el caso de la vida real, incluso las personas absurdas y ridículas tienen hijos saludables”
[7]. Esto no implica que la cautividad sea infalible -aunque, históricamente, los grandes inventos tuvieron a un eremita como creador-. El grupo es necesario en diferentes ambientes, mas no allí donde alguien intenta raciocinar con seriedad. Sintetizando, cavílase mejor lejos del espectáculo circense que, relapso, nos atosiga cada día.
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[1] José Ortega y Gasset les da pábulo a los mortales que optan por el encerramiento para concluir sus labores intelectuales, al afirmar: “La meditación sobre un tema cualquiera, cuando ella es positiva y auténtica, aleja inevitablemente al meditador de la opinión recibida o ambiente, de lo que con más graves razones que cuanto ahora supongan, merece llamarse ‘opinión pública’ o ‘vulgaridad’. Todo esfuerzo intelectual que lo sea en rigor nos aleja solitarios de la costa común, y por rutas recónditas que precisamente descubre nuestro esfuerzo nos conduce a lugares repuestos, nos sitúa sobre pensamientos insólitos” (¿Qué es filosofía?, Madrid: Alianza Editorial 1995, pág. 11).
[2] Alcides Arguedas, La danza de las sombras (tomo I). La Paz: Juventud 1982, página 55.
[3] Frente a los agravios que manan asiduamente de una sociedad iletrada, recomiéndase vociferar junto con Fernando Diez de Medina: “No quieras ser entendido: que el envidioso y el mediocre prosigan atacando. Tú a lo tuyo, y ellos en su charca” (Desde la profunda soledad, La Paz: Novedades 1966, pág. 214).
[4] Cornelius Castoriadis, El avance de la insignificancia. Buenos Aires: EUDEBA 1997, página 108.
[5] En sus descarnadas memorias, Louis Althusser nos obsequia esta confidencia: “Pero ¿qué filósofo, en el fondo de sí mismo, muy a menudo de forma abierta en los grandes y, en especial si no consiente en confesarlo, no ha cedido a la tentación, filosóficamente orgánica, de tener presente lo que quiere cambiar, transformar en el mundo?” (El porvenir es largo, Barcelona: Ediciones Destino 1995, pág. 229).
[6] Natalio Comte, delirante personaje creado por el literato Marcos Aguinis, dice amoscado: “…advertí a tiempo que era un propósito ingenuo: contestar al absurdo con la lógica, a la locura con la razón. Pretendía detener un alud de nieve soplando con la boca” (La conspiración de los idiotas, Buenos Aires: Sudamericana 1999, página 7).
[7] Kenney F. Hegland, Manual de prácticas y técnicas procesales. Buenos Aires: Heliasta 1995, página 35.

Nota pictórica. El astrónomo, obra que adorna esta reflexión, fue presentado por Jan Vermeer en 1668.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
VANIDAD DE VANIDADES... ¡¡TODO ES VANIDAD!!


Aquí con el condimento especial: EGO de EGOS... TODO ES EGOCENTRISMO
Laura Escuela ha dicho que…
El pensador se piensa y se despiensa y se consume y se nace y se recrea y se expande y se recoge y renace de sus cenizas solitarias extendiendo las plegadas alas del encierro.

Gracias por su visita. Un saludo
Anónimo ha dicho que…
sabes q me encanta tu blog. Y me fascinan me vuelven loca los cuadros de Dali, es mi pintor favorito.
Yo soy pintora surrealista. Te invito a visitar mi blog y q dejes un granito de arena alli.
Amorexia. ha dicho que…
La filosofía y el filosofar serán siempre artes desterrados, el pensamiento no es para las masas, y quedan muy pocos egos por enterarse que pueden elegir algo mas vanal y metalizado, y menos aún que convencerse de que el pensamiento y las ideas son mas placenteros que lo efímero.

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