Quien observa al mundo con sensatez, a ése lo
mira el mundo de la misma manera.
Hegel
Al concluir su monumental trabajo sobre los
distintos momentos, estadios o eras que atravesó nuestra civilización, Will y
Ariel Durant publicaron Las lecciones de
la historia en 1968. Hasta antes de su lanzamiento, habían escrito diez
tomos, ofreciéndonos un análisis del pasado occidental que resultaba tan
variado cuanto provechoso. Sin embargo, desde su óptica, era necesario
reflexionar al respecto, pensar acerca de las enseñanzas que habrían dejado
quienes nos antecedieron. Así, merced a los aciertos e innumerables
equivocaciones del hombre, concebíamos la posibilidad de contar con una enorme
maestra. Porque no tenemos el grado de originalidad que muchos suponen; al
contrario, cuantiosos problemas nos persiguen desde los primeros tiempos, por
lo cual, mirando hacia atrás, podrían servirnos para evitar reincidencias.
Pero concebir la historia
como una pedagoga no es el único modo de hacerlo. Es igualmente posible que la
entendamos como un proceso gracias al cual una sociedad se desarrolla. En este
caso, al revisar el pasado, contemplamos una serie de acontecimientos que
pueden ser asociados entre sí, presentándosemos como un conjunto más o menos
coherente, útil para evaluar los cambios suscitados hasta hoy. Ocurre que, aun
cuando el conformismo de numerosos sujetos lo haya deseado, la realidad social
no ha permanecido invariable. Tenemos, pues, modificaciones de toda naturaleza
que contribuyeron a mejorar, así como, en ciertos casos, empeorar, nuestra
convivencia. Salvo que nos limitemos a propugnar una visión teológica, cabe reconocer
al ser humano como único responsable de tales vicisitudes. Esto último conlleva
la necesidad de considerar diversos factores, móviles que pueden influir en sus
decisiones.
Es que, aunque seamos los
autores exclusivos de cada experimento social, con sus bondades e infortunios, no
hemos sido impulsados por una sola causa. Yo sé que a más de uno le gustaría
creer en un pasado marcado profundamente por la racionalidad. Lo cierto es que,
si bien nos ha acompañado en varias oportunidades, su ausencia fue asimismo
significativa. En este sentido, tenemos cambios que han operado por mandato de
la razón; empero, el pasado puede ser también humillante. Me refiero a
tonterías, absurdos y dislates que han movido al prójimo, conduciéndolo hasta
el encumbramiento de viles autócratas. Nos ayudó la luz, con seguridad, mas sin
que aquello implique liquidar cualesquier tinieblas. Dejarse guiar por los
sentimientos, las emociones y la pasión no ha servido para evitar ese funesto destino.
Desde la Edad Antigua, con
Heráclito, el cambio se halla ligado a la violencia. Si examinamos lo que ha
sucedido en los diferentes siglos, no podremos sino admitir la validez de su
vinculación. Recordemos los innúmeros conflictos, batallas, guerras, golpes,
revueltas y revoluciones: la fuerza produjo alteraciones de toda índole. No
obstante, la diversidad humana nos salva del desaliento. Es que, además del
combate, nos encontramos con la cooperación. Ningún futuro de la humanidad
hubiera sido realizable sin que los individuos hayan establecido consensos,
celebrando acuerdos y planificando una coexistencia menos ardua. Suponer que
todo se resume a una lucha entre amos y esclavos, gente poderosa e inerme, es indudablamente
falso. Debemos desconfiar de los reduccionismos que tengan estas
características. El hombre no es un ser angelical, pero tampoco demoniaco; por
tanto, sus obras, incluyendo la historia, deben ser estudiadas bajo esa
premisa.
Nota pictórica. El joven bebedor es una obra que pertenece a Gerard van Honthorst (1590-1656).
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