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Un pentágono para la libertad




Un corazón provisto de valor y de buenas cosas necesita, de cuando en cuando, algún peligro; de lo contrario, el mundo se le hace insoportable.
Friedrich Nietzsche


Con su Metafísica, obra tan legendaria cuanto importante, Aristóteles inició la tradición de historiar el pensamiento. En efecto, gracias a sus páginas, nos topamos con reflexiones que muestran cómo los hombres se han esforzado por formular preguntas y aventurar contestaciones capaces de ayudarnos a entender la realidad. Fue apenas el comienzo de una línea que tiene cuantiosos seguidores. Aclaro que la filosofía no se ha beneficiado exclusivamente de tales quehaceres. Es indudable que, en ese campo, tenemos a muchos individuos con ansias de recordar los planteamientos del prójimo, incluso sucesos dignos del anecdotario. No obstante, otras áreas del conocimiento han quedado favorecidas. De esta manera, autores y hasta escuelas se salvan del olvido, facilitando también su comprensión. Su ejecución es, por tanto, un ejercicio de altruismo intelectual.
Con ese afán de contribuir a la ilustración del semejante, rescatando ideas que pueden iluminarnos al considerar diferentes asuntos, Julio H. Cole acaba de lanzar Cinco pensadores liberales (Madrid: Unión Editorial). El libro, marcado por un estilo claro, erudito y ameno –existen notas a pie de página que son memorables–, discurre sobre quienes, en distintas épocas, apreciaron genuinamente la libertad. Resalto que no se trata de sujetos con apego al aislamiento y las meditaciones frente a la piscina. Pasa que, además de lograr proezas mentales, mediante ficciones o estudios profundos, Smith, Hayek, Friedman, Orwell y Mario Vargas Llosa no miraron el exterior con indiferencia. Ellos sintieron asimismo la tentación de aportar a que se produzcan cambios en sus sociedades. Sus palabras no se pretendían agotar en los volúmenes que nos dejaron. Su mirada estaba puesta en un horizonte mucho más complaciente.
El valor de Adam Smith para la economía es indiscutible. Sus ideas en torno a la división del trabajo, el mercado y lo pernicioso que, salvo excepciones, resultan las intervenciones estatales han sido fundamentales para organizarnos de mejor forma, enfrentando carestías e identificando errores. Pero ese grande hombre no sobresalió sólo como economista. Tal como Cole lo ha subrayado, él tuvo intereses variados, mereciendo especial atención sus razonamientos de carácter filosófico; en particular, la ética le reconoce su mérito. No es casual que se haya llevado tan bien con Hume, un pensador de fuste. Esa generosidad disciplinaria se percibe también en Friedrich August von Hayek, ante quien nuestro autor muestra respeto, mas igualmente reservas. En este último caso, anoto que se somete a crítica su rechazo al concepto de justicia social.
El compromiso intelectual, celebrado y, tiempo después, despreciado por Sartre, tiene a los otros tres pensadores como estimables representantes. Ciertamente, más allá de sus análisis monetarios, Milton Friedman fue una persona que no eludió los debates públicos, adoptando posturas signadas, a veces, por la controversia, como cuando cuestionó el servicio militar obligatorio. El mismo espíritu se advierte al revisar la obra de George Orwell y Vargas Llosa. En estos escritores, el empleo de la pluma no ha implicado ningún silencio en las plazas públicas ni, menos aún, su sometimiento al poder. Allende las ideologías, no fueron indiferentes ante la infamia, denunciándola con fervor. Así, desde diversas perspectivas, todos han colaborado para la expansión del mundo libre. Se agradece la gentileza de Julio por recordarnos cuánto ganamos al conservarlos en nuestra memoria.

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