Solo la mentira y, un
poco por debajo de ella, la obstinación son a mi juicio las faltas cuyo
nacimiento y desarrollo deberíamos combatir en todo momento.
Michel de Montaigne
Impedir
el acercamiento a la verdad es un hecho que merece todo repudio. Uno entiende
que, gracias a esta clase de aproximaciones, es posible mejorar nuestra
realidad. En el caso de la historia, si aspiramos a conocer objetivamente lo
que aconteció, es perjudicial patrocinar, peor aún con fanatismo, una sola
versión del pasado. En otras palabras, no se juzga ideal que haya una única exposición
de los hechos, la cual sea sagrada e intocable. Un razonamiento como éste fue
planteado por Tzvetan Todorov, quien, cuando visitó Argentina, notó que se
promovía sólo el conocimiento del terrorismo de Estado, quitándose
trascendencia a lo sucedido con la violencia revolucionaria. Lejos de ser
deseable, aquello era negativo, porque tornaba imposible realizar algo tan elemental
como la autocrítica.
Cuantiosos intelectuales en Bolivia se han decantado por glorificar
narraciones, relatos, aun patrañas, otorgándoles un aura que desestimaría
cualquier crítica. Pretenden hacernos olvidar que, hermanados por una ideología
u otro vínculo en común, dos o más autores pueden tergiversar hechos con fines
de naturaleza particular. Es correcto que, gracias al rigor exigido por la
ciencia, resulta posible terminar con esos embustes. Sin embargo, hay
difamaciones tan obstinadas, repetidas por gente de diferentes épocas, que vuelven
demasiado ardua su refutación. Pienso en la campaña propagandística del
Movimiento Nacionalista Revolucionario, esa facción que, merced al trabajo de
Céspedes y Montenegro, principalmente, demonizó a tres empresarios mineros.
Ello nunca debía haber sido considerado irrebatible, tal como sucedió con
varios historiadores; empero, fue lo que ocurrió. Patiño, Aramayo y Hochschild
aparecen todavía recubiertos de infamia.
Felizmente, existen hombres a los que insultos y calumnias
del pasado no les parecen razones válidas para confirmar la veracidad de un
suceso. El historiador León E. Bieber pertenece a este linaje intelectual, en
cuyos dominios no tienen cabida las falsedades que se proclaman con objetivos
políticos. Esa meritoria condición ha sido puesta en evidencia, una vez más,
con su libro Dr. Mauricio Hochschild.
Empresario minero, promotor e impulsor de la inmigración judía a Bolivia. Allí,
con solvencia, el autor discurre sobre la vida de un individuo distinto del que
fue descrito por quienes creyeron en las filípicas del MNR. Aclaro que no se
apuesta por la divinización, pues las prácticas censurables son también
señaladas; el fin es aportar al descubrimiento de lo verdadero.
Aunque no hubiese sido su propósito, la nueva obra del
Dr. Bieber, apoyada en fuentes absolutamente serias, sirve para reivindicar a
Moritz Hochschild. Este doctor en Ingeniería de Minas, nacido en 1881 y muerto
el año 1965, no se limitó a ser un empresario que trabajaba con el estaño. Es
cierto que tuvo gran éxito en ese ámbito; empero, logró otras gestas. Una de
las más notables fue su intermediación ante el presidente Germán Busch para
que, entre 1938 y 1940, llegasen miles de judíos a Bolivia. Sin exagerar, puede
sostenerse que los salvó de la barbarie nazi. Con la Sociedad de Protección a
los Inmigrantes Israelitas, concibió un plan agrícola que posibilitaba ese
arribo; por desgracia, el programa fracasó. Formuló otras ideas interesantes, como
un proyecto hidroeléctrico en el Titicaca o propuestas contrarias a la
dependencia del extractivismo. Tenía, por ende, más de una faceta rescatable. Queda
claro que ya podemos elaborar un juicio certero de esa persona.
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