Nuestro deber es
desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas,
cada día, en cada parte del mundo.
Umberto
Eco
Los seres humanos
son animales que, hasta el hartazgo, hacen lo posible por despertar dudas en
torno a su inteligencia. Esa concepción que presenta al hombre como una
criatura superior, cuyo rango se ampararía fundamentalmente en la razón, admite
refutaciones en todas partes del mundo. Un argumento que permite sustentar esta
opinión es la reiteración del error. Acontece que, mientras otras especies no
suelen cometer la misma equivocación, incontables semejantes se sienten a gusto
con cualquier clase de reincidencia. En estos casos, ni siquiera las
experiencias menos aguantables, tanto propias como ajenas, consiguen que la
estupidez jamás se repita. Bajo ese entendimiento, la reproducción de una falta
o un despropósito no es cuestionable, puesto que, aunque nada lo demuestre,
pueden todavía cambiarse sus consecuencias. En política, por ejemplo, se tiene
la creencia de que, si una ocurrencia engendró las peores monstruosidades, esto
no conlleva su nulidad. Pueden exponerse datos acerca de masacres, suplicios,
perversidades y demás oprobios; empero, nunca faltará quien apueste aún por insistir
en ese desvarío. Acepto que es factible moderar algunas insensateces, evitando
asociaciones inmediatas, mas ello no evita que notemos la misma imbecilidad de
antaño.
El
fascismo puede concebirse como actitud, doctrina o movimiento. Partiendo de la última opción, esa palabra serviría para denominar al grupo de
mortales que conquistaron el poder en Italia, ejerciéndolo durante algunas
décadas del siglo XX. Según esta perspectiva, sólo en ese contexto puede
hablarse de fascistas, aficionados, simpatizantes y, desde luego, Benito
Mussolini, quien, antes de ser su líder, fue miembro del Partido Socialista.
Cabe apuntar que, en esa misma época, encontramos una versión alemana, racista
pero de similar vileza, encabezada por Adolf Hitler. Pese a lo anterior, quizá
con el anhelo de reproducir una era sombría, hay actualmente facciones que se
declaran fascistas. Todos los símbolos, rituales e idioteces partidarias se
mantienen vivos gracias a esa gente que, si tuviese prerrogativas
gubernamentales, no vacilaría en repetir hecatombes. No se ignora que, como lo
sostuvo Jean-François Revel hace varios años, esos extremistas sean
minoritarios, careciendo del poderío de su pandilla inspiradora. Es absurdo
imaginar su reconquista de una parte importante del planeta. Sin embargo, no
debemos mirar con indiferencia a los que ansían la pulverización de nuestro
sosiego. El desdén por esos delirios puede incrementar su fuerza entre los
ciudadanos.
Por
otro lado, tal como lo precisé, hallamos también una doctrina que puede
considerarse fascista, cuya vigencia es desgraciadamente discutible. Sus
principales postulados fueron expuestos por Mussolini en la Enciclopedia Traccani, el año 1932, ocasión
en que se apeló a reflexiones de Giovanni Gentile. Existen asimismo discursos
que, con claridad, revelan cuáles son los principios de esa ideología. Sin
desconocer esta base, esa corriente puede ser identificada merced a un conjunto
de caracteres que, en resumen, alimentan el totalitarismo. Al respecto, destaco
el sometimiento irrestricto a los dictados del gobernante, la pretensión de regular toda nuestra vida, un nacionalismo extremo, el endiosamiento del
Estado, la repulsión por lo moderno, así como una evidente aversión a la democracia.
Salvo quienes sienten predilección por las mentiras del gobernante, debe
reconocerse que aquellos rasgos pueden ser percibidos en muchos regímenes. El
debate no versaría sobre su presencia; correspondería polemizar acerca
del grado al cual hayan llegado las autoridades de un país. Ésa es la realidad
que tiene como gestores a varios de nuestros contemporáneos. Ellos pugnan por
llevar el estandarte del retroceso.
Finalmente,
cuando se habla de fascismo, es admisible pensar en una cuestión psicológica.
Así, un individuo puede ser tildado de fascista si se inclina por los abusos,
las imposiciones personales y, en suma, el gusto por la intolerancia. No revelo
nada nuevo al denunciar que esas actitudes son comunes en más de una sociedad.
Es un tema de índole cultural que debe ser afrontado con la mayor seriedad
posible. Abrigando el deseo de tener una convivencia pacífica, en la cual nuestras
relaciones no sean sometidas al tormento del conflicto causado por quienes
definen al prójimo como medio para satisfacer sus antojos, es necesario cambiar
esa situación. Cada uno es libre de amargar su existencia, al igual que adoptar
gestos y razonamientos ilógicos. Lo que no se debe consentir es limitarse a
contemplar esa patente manifestación de necedad, pues su vigencia nos
perjudicará. El objetivo no es disciplinar al individuo para que venere un
sistema, sino ayudarlo a evitarnos la repetición de martirios. En este afán, la
crítica es un recurso que puede ser explotado con generosidad.
Nota pictórica. Iván el Terrible es una obra de Klavdy
Vasiliyevich Lebedev (1852–1916).
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