Mientras él narraba cómo se produjo su inverosímil rehabilitación, empecé a meditar sobre la repugnancia y el pavor que originaba entre los pasajeros del microbús. Bastaba mirar sus cabellos para inferir que la detergencia le resultaba enojosa; el hedor, los dientes bermellones y las ropas sórdidas revelaban su condición de miserable. En ese contexto, debido al instinto de conservación, la desatención era una extrañeza: nadie nos aseguraba que no terminaría blandiendo un arma blanca a pocos centímetros del lugar donde habíamos decidido asentar el tafanario. El hecho de que haya invocado la protección divina antes del ofrecimiento comercial supone una devoción albugínea o un embuste colosal. La religiosidad que procura mostrar ni siquiera considérola seriamente, pues su mirada decadente sólo puede hallarse en un réprobo. Juzgo razonable conjeturar que, gracias a un histrionismo chabacano, finge ser beato con la finalidad de requerir el auxilio fraterno, regalando misericordia del Hacedo...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.