Pues es nuestra mirada la que muchas veces encierra a los demás en sus pertenencias más limitadas, y es también nuestra mirada la que puede liberarlos. Amin Maalouf El límite a la libertad de expresión es un tema que ha originado numerosas reflexiones. Spinoza, por ejemplo, se ocupó del asunto, concentrando su mirada en las ideas que podían considerarse sediciosas. Todo lo demás, en su criterio, no tenía por qué ser objeto de censura, peor aún castigo. Mill, por su parte, ya en el siglo XIX, reivindicó, resumiéndolo, que sólo cabía sancionarnos cuando dañábamos a otra persona. Por supuesto, lo más claro e indiscutible tiene que ver con penalizar agresiones físicas. Ahora bien, la cuestión se vuelve menos sencilla si pensamos en ataques de orden verbal. Insultar al prójimo, pongamos por caso, puede generar debates sobre sus repercusiones. ¿Tiene sentido enviar al denigrador a la cárcel? ¿Debemos calificar su inconducta de tal modo que gastemos recursos públic...
Olviden la ordinariez que infesta nuestra sociedad, los deberes preceptuados por las agendas laborales y el diplomático recurso de no insultar al prójimo... Caerse del tiempo demanda una extravagancia posmoderna: vivir, aunque sea un instante, con total libertad.